El grave atentado que ayer provocó la muerte de al menos 41 personas en el noroeste de Pakistán no es sino la continuación de una escalada ofensiva talibán en aquel territorio que, al margen de interpretaciones, intenciones y discursos, deja bastante claro que los talibán tienen una innegable capacidad para golpear incluso en los lugares más protegidos e inaccesibles, como han demostrado con cuatro atentados en una sola semana, entre ellos el llevado a cabo en las oficinas de la ONU o el ataque al cuartel general del Ejército, y la fuerza de los talibán aflora a pesar de los ataques con misiles del Ejército paquistaní. Pero más allá de los ataques de unos y otros, no es difícil percibir que la apuesta occidental en la zona sencillamente es errónea. Porque es erróneo pretender exportar allá una solución occidental, y la prueba más cercana en el espacio y en el tiempo de ese error se encuentra en el vecino Afganistán, donde unas elecciones supuestamente democráticas no han llevado la democracia al país ni han supuesto solución alguna. Los talibán ocupan la mayor parte del territorio y las fuerzas «liberadoras» no pueden justificar la muerte de miles de civiles. Por tanto, si la apuesta de Obama pasa por enviar más tropas, es muy posible que esa medida no sirva más que para alargar el conflicto, pero no para solucionarlo.