José Antonio Camacho aterrizó hace ahora un año en Osasuna como sustituto de un Ziganda que nunca contó con la completa confianza de Pachi Izco. Los cuatro puntos obtenidos por el de Larraintzar en otras tantas jornadas -sólo tres menos de los que tiene ahora el de Cieza en el mismo tramo competitivo- fueron el argumento para unos, excusa para otros, para despedir al técnico navarro y fichar al murciano.

La llegada del ex seleccionador español generó expectativas y recelos a partes iguales, circunstancia que iría en aumento a medida que avanzaba la competición. Porque si bien es cierto que Camacho cumplió con el objetivo encomendado -conseguir la permanencia-, no lo es menos que ello se obtuvo gracias a que los dos equipos más fuertes de la Liga llegaron con los deberes hechos a sus dos últimas jornadas.

Sólo eso evitó un descenso cantado de un equipo que deambuló por las aguas de la irregularidad y cuyo timón nunca dio la impresión de enderezarlo el murciano. Sus números globales arrojan una sensación de mayor equilibrio -13 victorias, 12 empates y 17 derrotas en total-, pero que los árboles no nos impidan ver el bosque.

No se debe olvidar que, bajo su mando, se sumaron nueve raquíticos puntos de 39 posibles en los trece últimos encuentros de la primera vuelta y que a punto estuvo de irse al traste la magnífica remontada de la segunda cuando la escuadra navarra no supo ganar en los seis encuentros previos a las dos decisivas últimas jornadas y se metió en puestos de descenso.

Vestuario convulso

Algo de culpa de semejantes vaivenes competitivos debe atribuirse a la crispada relación entre plantilla -sus pesos pesa- dos- y técnico, que terminó por explotar una vez finalizada la competición con la reunión entre algunos capitanes y el presidente, en la que se planteó la ya conocida petición de que Camacho no siguiera.

La firme decisión de Izco de prorrogar el contrato al de Cieza buscó acabar de un plumazo con la polémica, no sin reconocerse, aunque no de manera pública, que el míster había suavizado sus formas a comienzos de la presente temporada. En el aire queda conocer hasta qué punto ha quedado cerrada esa herida y si tendrá repercusiones de aquí a mayo.

De momento, la escuadra navarra sigue navegando por los mismos mares de indefinición, especialmente en cuanto a lo que el juego se refiere. Paradójicamente, cuando mejor lo ha hecho es cuando menos rendimiento matemático ha conseguido, como sucedió en el último encuentro frente al Getafe.

Las dos victorias contra Valladolid -gracias a un gol postrero del imberbe Galán- y Sporting -un penalti desequilibrió el choque, que iba para empate- mantienen al equipo y a Camacho desahogados. Confiemos en que todo no sea un espejismo.