Afganistán, crimen de guerra
La única diferencia entre el Afganistán actual y el de los talibán es que ahora se mata en nombre de la democracia». Esta frase, en boca de la parlamentaria y activista afgana Malalai Joya, resume con exactitud la situación por la que atraviesa un país atormentado y atrapado entre dos enemigos: los fundamentalistas y las fuerzas extranjeras de ocupación. La propia vida de Malalai Joya, entrevistada hoy en las páginas de GARA, es reflejo del laberinto afgano. Tras ser elegida en 2005, fue expulsada del Parlamento por denunciar que esta Cámara está compuesta por criminales de guerra. Desde entonces, ha sufrido cuatro intentos de acabar con su vida y hoy en día el burka, de forma paradójica para quien fue pionera en la creación de escuelas para niñas, protege su identidad ante sus mortales enemigos.
Su testimonio destaca que, en un ambiente generalizado de violencia contra el pueblo, las mujeres la soportan de forma especialmente cruenta. Sirvieron de excusa para la invasión, y ahora luchan cada día por su supervivencia frente a un Estado, si cabe, más represivo que el talibán. «Les cortan la nariz, las orejas, en pedazos o les arrojan agua hirviendo. Es como si no tuvieran vida, y no hay justicia para ellas» manifiesta Malalai Joya, quien clama ante la comunidad internacional que «Afganistán es un crimen de guerra».