Retrospectiva de H.R. Giger en Donostia
Creador de pesadillas y criaturas imposibles
Gracias a su participación en los diseños de «Alien, el octavo pasajero», H. R. Giger (Chur, Suiza, 1940) se convirtió en todo un referente del género fantástico. La sala Kubo-kutxa y la galería Arteko de Donostia exponen hasta el 6 de enero un amplio catálogo, compuesto de 106 piezas, dedicado a este singular constructor de pesadillas biomecánicas.
Koldo LANDALUZE | DONOSTIA
Desde muy temprana edad, Hans Rudi Giger fantaseó con los mundos imposibles que le legó la lectura de los clásicos fantásticos. Durante su niñez y adolescencia en Chur, capital de Grubünden, uno de los cantones más montañosos de Suiza, alimentó una serie de gustos y aficiones que dictarían su posterior discurso creativo y que, en la mayoría de los casos se componían de lugares secretos y personajes y figuras grotescas. En su mente se citaron las crónicas macabras de Vlad Tepes El empalador, el mito de la Bella y la Bestia, una fascinación por las armas, la música de jazz, los cráneos y huesos, el arte egipcio y una desmedida obsesión por el sexo. De todo ello nació un modelo creativo atípico que chocó frontalmente con los arquetipos del arte contemporáneo.
Su relación con la creación se inició a partir de su ingreso en la Escuela de Artes y Oficios de Zurich en 1962, donde logró un diploma de diseñador industrial y de interiores, se interesó por los diversos movimientos artísticos y desarrolló su creatividad, sobre todo su habilidad para el dibujo. Contra todo pronóstico y lejos de decantarse por un estilo «saludable» que invitara al optimismo existencial, Giger apostó por querer mostrar un mundo hostil y perturbador, angustioso, macabro y poblado por los aspectos más sórdidos de la vida, hecho que contrasta con la visión «tradicional» de los diseñadores. «En aquellos días -afirma el propio H. R. Giger- asenté mis cimientos creativos en la lógica que suponía pertenecer a una familia de químicos. Ello queda reflejado cuando utilizaba y mezclaba los diversos materiales pictóricos con los que trabajé. Mezclaba gasolina y óleo para dar con la textura y tonalidad que requería un estilo que se decantaba, claramente, hacia la unión entre la máquina y la carne humana. Mi gran descubrimiento fue el aerógrafo. Tener en la mano aquella especie de pistola me permitía pintar desde la distancia. Mientras perfilaba las líneas de un cuadro, sentía que disparaba directamente a la obra».
La obra de H. R. Giger se sitúa en la parte oscura de la existencia, en las cavernas y entre las tinieblas, en un lugar claustrofóbico, húmedo y convulso donde perviven desde tiempos inmemoriales máquinas enigmáticas, seres imposibles, texturas inauditas y monstruos nacidos de todo tipo de pesadillas. Al contrario de otros muchos creadores, Giger cuenta con un estilo propio y muy reconocible, que él mismo ha bautizado como «biomecánico», en el que, con una apabullante destreza, mezcla múltiples formas de origen biológico y los más variados elementos tecnológicos. La carne se funde con el metal, lo orgánico se licúa entre plásticos y desechos industriales, y anatomías humanas y animales se convierten en algo diferente cuando son devoradas por cables, tubos, sensores y conectores. «Es mi forma de ver lo que nos rodea -prosigue Giger-. Ya en mis primeras obras y bocetos, realizados con lápiz y tinta china, advertía de los miedos apocalípticos que generaba la escalada atómica. Pero, más allá de la fuerza visual de las formas, lo que busco es inquietar al espectador con el trasfondo; con lo que apenas se ve, pero que, en realidad, resulta más terrible. Pretendo indagar en los paisajes sicológicos de la mente humana y, por ese motivo, mi forma de plasmarlo en una escultura o en un cuadro se adecúa a esas formas tan particulares donde nunca se sabe dónde empieza la máquina y termina el ser humano».
La gran eclosión creativa de H. R. Giger vino motivada por su aportación al cine y, sobre todo, por su participación en la magistral película «Alien, el octavo pasajero», de Ridley Scott. Después de esta experiencia, el artista suizo se convirtió en un personaje público, acosado por los medios de comunicación que deseaban indagar en los aspectos más recónditos de su vida privada. «Alien» le reportó un Óscar, fama y reconocimiento, pero marcó para siempre su posterior discurso hasta llevarle a un estancamiento creativo. Trabajó en los 80 y 90 como diseñador de criaturas, monstruos y atmósferas, y como asesor creativo y artista conceptual en multitud de producciones. Pero, pese a sus trabajos en el medio cinematográfico, su relación con el cine ha sido la historia de un constante desencuentro: proyectos fracasados («Dune», «The tourist», «Dead Star»), ideas mal utilizadas («Poltergeist 2», «Species») y problemas a la hora de figurar en los créditos («Alien 3»). Cuando Giger rememora estos frenéticos días de cine, únicamente guarda palabras de elogio para Ridley Scott. «Trabajar con él en `Alien' -dice- fue un placer: era muy receptivo y, a la vez, muy exigente, un auténtico profesional que inculcaba su entusiasmo al resto del equipo. Dominaba todas las facetas y aspectos que rodean a una película y eso se nota mucho en el resultado final». Cuando se le pregunta por la experiencia atípica que supuso «Alien, el octavo pasajero», el artista esboza una tímida sonrisa y responde. «Lo cierto es que nunca más se volvió a repetir una experiencia como aquella. Yo llegue a esa película por mediación de Alejandro Jodorowsky y Moebius, quien quedó impactado con las ilustraciones que hice para mi libro `Necronom V'. En aquellas ilustraciones ya estaban las bases y líneas del alienígena y Moebius, que participaba en la película diseñando los trajes de astronauta, se trasladó a París para hablar conmigo. Ridley Scott buscaba algo novedoso, no quería marcianos verdes. Quería algo aterrador, y cuando Moebius le enseñó `Necronom V', hizo que me llamaran de inmediato. Al principio, únicamente me iba a encargar del diseño del alien, pero después hice los de nave y los diversos episodios vitales que sufre la criatura hasta que alcanza su aspecto más reconocible. Es decir, diseñé los huevos y aquellas crías que se abrían paso a través del pecho de los astronautas».
Aquel trabajo inusual no pasó desapercibido y, además de serle concedido el Óscar al Mejor Diseño de Escenarios, le abrió las puertas de par en par al cine. A pesar de la brillante tarjeta de presentación que fue «Alien, el octavo pasajero», su relación con el mundo del cine ha sido más bien desafortunada. Su trabajo sólo aparece en tres películas, además de «Alien» y «Swissmade 2069», y de manera muy limitada. En «Poltergeist 2: el otro lado», realizó numerosos diseños de monstruos, muertos, vómitos y cavernas subterráneas, que fueron interpretados incorrectamente por el equipo de efectos, ya que Giger enviaba por fax sus dibujos y no podía supervisar personalmente la producción. En Japón participó en el diseño del monstruo Goho Doji para la película «Teito Monagari». El resultado artístico del filme fue pésimo y el propio creador recuerda de esta manera a su «criatura»: «Parecía actuar como un pollo espantado».
Años más tarde se repitió la experiencia cuando le fue encargado el diseño de la criatura extraterrestre de «Species», de Roger Donaldson, y criticó con dureza el mal empleo que se hizo de sus diseños. «La mayoría de las ideas -recuerda- y aportaciones fueron ignoradas. Utilizaron mi nombre como reclamo publicitario. Fue un desastre».
Curiosamente, y a excepción de la película de Scott, Giger sólo guarda muy buenos recuerdos de aquellos filmes que nunca vieron la luz y las animadas charlas que mantuvo con el chileno Alejandro Jodorowsky cuando este quiso trasladar a la gran pantalla la monumental «Dune», del escritor Frank Herbert. «Jodorowsky reunió un plantel creativo sin precedentes. Estábamos Chris Foss, Dan O´Bannon, Salvador Dalí, Orson Welles, Pink Floyd, Moebius y yo. Lo ambicioso que resultaba el proyecto provocó el rechazo de los inversores y cayó en el olvido. Más tarde, Ridley Scott quiso reflotarlo, pero resultó inútil. Finalmente se hizo la versión de David Lynch producida por Dino de Laurentis, pero esta nada tenía que ver con lo que teníamos en mente».
H. R. Giger promete que seguirá inventado mundos. Incluso parece animado ante un inminente proyecto cinematográfico. Por el momento, el padre de aquel terrorífico octavo pasajero que se coló en la nave Nostromo, se conforma con el pleno disfrute que le reporta saberse propietario de su propio museo en la localidad suizo-francesa de Gruyères.
Como antesala de lo que será la inminente Semana de Cine de Terror, la sala kubo-kutxa y la galería Arteko de Donostia albergarán la que, hasta el momento, se ha considerado como la más completa exposición dedicada a H. R. Giger. Hasta el 6 de enero, los visitantes podrán dejarse llevar por la imaginación y cruzar los oscuros umbrales imaginados por este artista suizo. Cuadros de gran y pequeño formato, piezas originales de la cabeza de alien, diseños pictóricos de la célebre película de Ridley Scott y la proyección de varios documentales centrados en su obra, cohabitan en este imprescindible recorrido creativo de un artista atípico y poseedor de un talento innato para el horror.