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Amparo Lasheras periodista

La mentira que nunca será verdad

El escritor inglés Aldous Huxley, en uno de sus libros, advierte a sus lectores de lo que es un bore, en castellano un auténtico pelma. Huxley lo describe como una persona que «taladra nuestro espíritu» y «va abriendo sin descanso un túnel en nuestra paciencia, atravesando las cortezas de sordera voluntaria, falta de atención y despego». Alguien que nos «atiborra con su plúmbeo y sofocante discurso y, empleando machaconamente su sebácea personalidad, nos lo quiere hacer tragar a la fuerza». Las palabras de Huxley explican muy bien la sensación de agotamiento mental que algunos hemos podido sentir esta semana ante las continuas alabanzas del Estatuto de Gernika del que hoy las instituciones celebran el treinta aniversario. Si a eso añadimos el ridículo espectáculo de las polémicas sobre el cumplimiento de sus competencias que han ofrecido PNV y PSE, las constantes loas a la Constitución española que permite a Euskadi tener una normativa autonómica, en un sistema «democrático» y en el «Estado de derecho» en que vivimos, paraíso terrenal de las libertades, es muy probable que la paciencia salte al vacío y nos obligue buscar un exilio silencioso donde sólo se oiga nuestra voz interior como terapia para no morir en el intento de soportar tanta mentira.

Y es que los políticos, los constitucionalistas o regionalistas, los que hoy se reunirán o desunirán para celebrar de punta en blanco las bondades del Estatuto, además de antidemocráticos y poco fiables, son pelmas, pero pelmas de verdad. Al final una llega a pensar que son víctimas de sus estratagemas políticas y terminan creyéndose sus propios embustes porque, como decía Goebbels, ministro de propaganda nazi, para convertir una mentira en verdad sólo hay que repetirla muchas veces... Es lo que hacen, lo que han estado haciendo durante décadas. Por fortuna, en Euskal Herria esa teoría y esa práctica han tenido y tienen poco futuro. Aquí la vida real es otra cosa y la verdad se ve y se toca en una lucha constante por la libertad. Pero no demos más vueltas a la noria y dejémoslos con sus ágapes, premios, fiestas y recepciones, con sus miedos incontrolados y sus agotadores discursos de pelmas profesionales, y hablemos de futuro, del futuro que a ellos no les importa y que Euskal Herria debe construir.

En una escena de «Casablanca», Rick le dice a Lisa en un pequeño café de París: «el mundo se desmorona y nosotros nos enamoramos». En la vida ocurren cosas así. En medio de un drama surge una sonrisa y en medio de una guerra las ganas de vivir. Creo que en política también. La respuesta de la sociedad vasca a las injustas detenciones de los dirigentes de la izquierda abertzale es una prueba de ello. En las calles de Donostia la estrategia represiva del Gobierno español cayó de su pedestal de impunidad y, ante la opinión pública, comenzaron a desmoronarse las razones de estado que sustentan los acuerdos y maniobras políticas entre el PP y el PSE. Violentar los derechos de Euskal Herria y la voluntad de la ciudadanía vasca debe tener un precio, y tengo la impresión de que el Gobierno de Zapatero y el de Patxi López han empezado a pagarlo. Por lo tanto, enamorarse del futuro revitaliza el tiempo vivido. Nos hace jóvenes y nos devuelve la audacia.

Sé que el optimismo, aunque es una cualidad en mi opinión imprescindible ante las dificultades, conviene controlarlo, encajarlo en la realidad para, como dicen algunos, no caer en la improvisación y el voluntarismo. Aun teniendo en cuenta esa consideración, creo que la coyuntura actual nos invita a un enamoramiento, tal vez no tan romántico como desearíamos, pero si más sereno y prometedor. En primer lugar, aunque lo nieguen y lo oculten en su propaganda mediática, es evidente que el empecinamiento de Rubalcaba por acabar con la acción política de la izquierda abertzale ha fracasado estrepitosamente y ha colocado en primera página del panorama político la propuesta y la estrategia que ésta formación tenía y tiene la intención de dar a conocer a la sociedad. La torpeza y la soberbia del Gobierno español al detener y encarcelar a Otegi, Usabiaga, Zabaleta, Rodríguez y Sonia Jacinto es evidente que han producido el efecto contrario a sus deseos de eliminación ideológica y, además de indignación, ha despertado interés y curiosidad, elementos necesarios e imprescindibles para acercarse a nuevos planteamientos, para acabar con el hastío un tanto derrotista de los pesimistas, agitar el inconformismo y poner en pie la conciencia que existe en Euskal Herria de que el marco estatutario está agotado y de que ha llegado la hora de iniciar un cambio político.

Por otra parte, el contenido del documento que servirá de debate para los militantes de la izquierda abertzale, en el que se perfilan las líneas de su estrategia política, ha sido durante días la vedette de todas las declaraciones y tertulias y, también, el blanco de ácidas críticas, realizadas desde el pánico a que se rompa la baraja y este pueblo se movilice para la formación de esa mayoría social y trabajadora que tanto se esfuerzan en hacer desaparecer. Decir han dicho de todo, pero donde más inquina han puesto ha sido en la voluntad de la izquierda abertzale de liderar ese cambio. Esa intención les ha tocado la fibra más sensible del ego político incluso a aquellas formaciones, como Aralar, que se manifestaron en Donostia junto a la mayoría sindical y estuvieron en la foto de otro momento importante como fue la huelga general del 21 de mayo. Llegar a los objetivos y alcanzar las metas por las que se lucha y además querer ganar es un deseo saludable y un derecho en cualquier formación y movimiento social o político que se precie. Que yo sepa, nadie quiere ser el último de la fila. Porque entonces, si se olvida o se hace dejación de esa premisa, ¿para qué se lucha? ¿Para qué se trabaja? ¿Por qué se sufre? ¿Cómo se explica el compromiso de tantos hombres y mujeres? Si en la izquierda abertzale no existiese ese afán tan legítimo, estos interrogantes no tendrían respuesta, y sin respuestas no existirían ni la fuerza del convencimiento ni el compromiso con unos principios claros y contundentes. En ese sentido, probablemente la izquierda abertzale no sea distinta a otras formaciones. La diferencia sustancial con otros partidos estriba en que su aspiración a ganar, a conseguir unos sueños y materializar sus ideas en proyectos y alternativas que incidan en la vida de Euskal Herria ha sido criminalizada en el contexto de un estado de excepción y de genocidio político.

Lo importante, y lo que tal vez moleste tanto a los partidos que se pasean cómodos por este escenario antidemocrático, es que esta situación no ha logrado derrotar la firmeza del proyecto político de la izquierda abertzale. Pese a las ofensivas de todos los gobiernos que han dirigido el Estado español durante décadas y los deseos de los jelkides del PNV de que la izquierda abertzale se «diluya como un azucarillo en un vaso de agua», hoy sigue activa y marcando, aunque sea a contracorriente, los movimientos de la política vasca. Treinta años después, el Estatuto de Gernika, esa maravilla del consenso y la convivencia que junto a la Ley del Amejoramiento iba a resolver para siempre la «cuestión vasca», se presenta ante la sociedad incompleto, agotado, desprestigiado, con un parlamento trucado y utilizado como bastión en la defensa de España. Bonito panorama para los discursos autonómicos; es decir, para los bores de la política vasca.

Los romanos decían que los vascos eran buenos agoreros, una cualidad ancestral que la izquierda abertzale intuyó cuando se negó a subirse al carro autonómico y mantuvo la idea y la defensa de una Euskal Herria diferente, independiente y a poder ser socialista, que es la que yo quiero. Ahora nos queda algo más que mirar atrás. Nos queda el futuro. Tenemos que ordenar nuestros logros, contabilizar nuestros potenciales, analizar nuestros errores y, más que buscar posibilidades, debemos abrir caminos, los que más molesten al adversario y más credibilidad y entusiasmo den a nuestras ideas. Vayamos al debate dispuestos a enamorarnos aunque los bores, casi siempre mediocres, grises y prepotentes, nos aseguren que Euskal Herria se desmorona. No olvidemos que sólo es una mentira que nunca se convertirá en verdad.

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