Jesus Valencia Educador Social
Hay lazos indisolubles
Rubalcaba y Ares van llenando las cárceles con gentes honradas. Pretenden causar dolor y, al mismo tiempo, anular la solidaridad. Vano intento. Demuestran no conocer a este pueblo ni la raigambre de sus vínculos
El Sr. Ares padece fijación de ideas, carácter obsesivo y genio tan destemplado como violento. Sabe que no es el primer pirómano, pero acaricia la vaga esperanza de ser el último. En su pretensión por calcinar estas tierras se dedica a provocar incendios desde que se instaló en la usurpada Consejería de Interior. Reitera que será tenaz en su empeño y estoy seguro de que cumplirá su palabra. Lo cual no significa que consiga lo que se propone.
Su piromanía ha merecido una réplica contundente: «No conseguirá reducir a cenizas la solidaridad con los presos». Puede que el obcecado consejero se mofe de este sentir tan extendido como arraigado. Peor para él. No se trata de una creación imaginaria que proyecta nuestros deseos; Ares también fracasará porque la realidad aporta evidencias inapelables. Desde que el Estado encarceló a los primeros vascos, puso en marcha un complejo sistema para denigrarlos y aislarlos. Con el paso de los años, la población penitenciaria se ha multiplicado; las técnicas denigratorias se han perfeccionado, pero la sociedad vasca ya está inmunizada. No toma en cuenta los reiterados mensajes que despojan a los presos de toda humanidad. Hace su propia lectura y concede a la población cautiva el reconocimiento que se merece.
¿Apología de terrorismo? ¿Sumisión a ETA? ¿Complicidad? Entre otras, hay dos razones mucho más simples: parentesco y paisanaje. Los padres no abandonan a sus hijos presos aunque les inciten a ello los papagayos mediáticos; los hijos se aferran a las rejas que enjaulan a sus padres aunque los humillen los carceleros; las cuadrillas siguen considerando amiga a la que el juez condena como sanguinaria terrorista. ¡Son los nuestros y punto! Todos los intentos del Estado por ahogar estos vínculos han fracasado. Todas las medidas que adopta Instituciones Penitenciarias son cada vez más represivas; con su mayor dureza evidencian la ineficacia del rigor anterior. Soria, Herrera, Puerto de Santa María, Marsella... cada vez alejan más a los cautivos porque no han conseguido disuadir a quienes los visitan. Ahora han reducido el número de potenciales visitantes porque las amistades se agolparían a la puerta de los presidios. Han prohibido el ingreso de comida porque las reclusas almorzarían cada mañana magras y chorizo. Los jóvenes visitan a la amiga dispersada aunque tengan que rascarse sus escuálidos bolsillos. Han limitado a los rehenes la correspondencia que pueden remitir y éstos siguen recibiendo a puñados cartas y postales. Ahora se ha dedicado Ares a rasgar fotos y a borrar leyendas como si, de esa forma, pudiera arrancar los sentimientos más profundos de este pueblo.
Rubalcaba y Ares van llenando las cárceles con gentes honradas. Pretenden causar dolor y, al mismo tiempo, anular la solidaridad. Vano intento. Demuestran no conocer a este pueblo ni la raigambre de sus vínculos; gracias a éstos vivimos y viviremos. «Llevamos muchos años con este sufrimiento a nuestras espaldas -dice Etxerat- y no nos quedamos callados. Al contrario, hemos recibido un gran apoyo; la solidaridad para con nuestras y nuestros familiares ha sido muy grande».