Un mes y once días. Ése es el tiempo que ha tenido que esperar el Athletic para volver a celebrar un triunfo en Liga. Anoche lo consiguió en un encuentro que tuvo prácticamente de todo: un gran primer tiempo por parte rojiblanca, una buena dosis de sufrimiento merced a la reacción colchonera tras el descanso y la fortuna, siempre imprescindible, que esta vez se apareció en forma de postes.

El Atlético llegaba a San Mamés con el dudoso honor de encabezar el ranking de defensas piadosas de la Liga, un apartado en el que tampoco anda muy fino su anfitrión. Se notó en la actitud de dos equipos que intentaban -conseguirlo era otra cuestión- no cometer deslices. Pero ambos eran también conscientes de la escasa utilidad del empate y, sobre todo, de las debilidades del rival, así que tocaba repartir esfuerzos y buscar la portería contraria.

Los colchoneros, con el siempre peligroso Diego Forlán -sobre todo en la Catedral- fueron los primeros en intentarlo. Una buena jugada del uruguayo y un mal despeje de Gorka Iraizoz, acabó con los remates de Maxi Rodríguez y el Kun Agüero repelidos por el palo y, sobre la línea de gol, Amorebieta.

Afortunadamente, el gol no fue necesario. El susto bastó esta vez para espolear al Athletic, que no tardó en comprobar por qué el equipo madrileño ha comenzado la temporada como lo ha hecho. Tampoco fue gratuito. Los rojiblancos necesitaron rendir a ese «nuestro mejor nivel» al que siempre se refiere Joaquín Caparrós en las previas. Impecables, o casi, en defensa -sobre todo Fernando Amorebieta, que firmó una de sus mejores actuaciones de la temporada-, con Pablo Orbaiz y Javi Martínez repartiéndose el trabajo en su mejor versión y con, sobre todo, Markel Susaeta y Andoni Iraola muy activos por banda derecha.

La fortuna

También en este caso, además, la suerte se puso de cara porque el gol tardó muy poquito en llegar. A los veinte minutos, Orbaiz envió un balón al área y el cabezazo cruzado de Javi Martínez en el segundo palo se convirtió en el 1-0. Llegaron los mejores minutos de un Athletic de subidón, que hizo enrojecer a la zaga colchonera y trabajar a Sergio Asenjo en más de una ocasión. Óscar de Marcos, Koikili, Susaeta, Llorente, Toquero -con caída polémica del gasteiztarra en el área incluída-...; casi no hubo rojiblanco que no probara fortuna pero, como sucediera el miércoles en Vallecas, bien el portero rival, bien la falta de puntería propia, evitaron que el marcador volviera a moverse.

La incapacidad de ajusticiar al Atlético -que no había vuelto a dar señales de vida en todo el primer tiempo-, el habitual pasó atrás del Athletic en estas circunstancias y la previsible lectura de cartilla en el vestuario madrileño durante el descanso hacían prever un segundo tiempo no apto para cardíacos. Y así fue. Los dos rivales intercambiaron papeles, el Atlético buscó -y rozó, vaya si rozó- el gol sin denuedo, el Athletic sufrió y a la afición rojiblanca se le atragantó el bocadillo a base de sustos. Desde el mismo, porque los hombres de Quique Sánchez Flores llegaron tres veces al área en los tres primeros minutos de la reanudación. Era un aviso de lo que estaba por venir.

Con más ganas que brillo, el Atlético consiguió meter el miedo en el cuerpo a su anfitrión, que no era capaz ni de frenar el ritmo del partido, ni de convertirlo en un intercambio de golpes; hasta la recta final no hubo un sólo contragolpe que forzara a los colchoneros a replantearse las cosas. La noche fue empeorando conforme avanzaron los minutos, pero la suerte volvió a aliarse con el Athletic, de nuevo con olor a madera: en otras dos ocasiones, volvió a evitar que los madrileños nivelasen el marcador. De manera prácticamente consecutiva, Forlán envió la pelota al palo y Agüero a la cruceta. Casi de inmediato fue Gorka Iraizoz el que se estiró para enviar el balón a córner con la punta de los dedos.

En los últimos minutos el partido se abrió, aunque las estiradas de los bilbainos no evitaron el sufrimiento. Al menos, mereció la pena y acabó con un profundo suspiro de alivio.