La entrevista que la compañera Laia Altarriba publicó en estas páginas a Joan Carretero, el líder de Reagrupament (26 de octubre), deja en evidencia que el llamado independentismo liberal catalán es poco más que una operación de marketing, preocupado por atraer a Joan Laporta como banderín de enganche para hacerse con el voto de los desencantados.

En primer lugar, Carretero limita su independentismo territorialmente únicamente al Principat de Catalunya, olvidando al resto de territorios de los Països Catalans. Es algo básico, pero quizá convenga recordar que el derecho de autodeterminación corresponde a las naciones y que la catalana va de Salses a Guardamar y de Fraga a Maó. Limitar el proceso de independencia a sólo una parte de la nación es una mala manera de empezar a construir algo.

En segundo lugar, pensar que el Estado español va a aceptar democráticamente una eventual votación del Parlament de Catalunya a favor de la independencia es vivir en la inopia. ¿Cuándo ha aceptado el Estado español siquiera una reforma estatutaria de mínimos? ¿O es que el Estatut actual no está siendo revisado por el Constitucional pese a que fue votado por ese mismo Parlament y ratificado en referéndum? ¿Por qué va a aceptar ahora el Estado español una declaración de independencia? ¿Aceptó la República Catalana de Macià?

Y el programa de Carretero parece limitarse únicamente a lograr esa declaración del Parlament. A estas alturas, proclamar que una formación no es de derechas ni de izquierdas es algo que ya no engaña a nadie. Estos partidos, a la hora de la verdad, llevan a cabo políticas de derecha. Decir que los diputados de Reagrupament no tienen que votar lo mismo en «temas ideológicos» muestra que no tienen discurso. Una liberación nacional sin liberación social es un engendro, como el que viven estos días los lituanos, estonios y letones, que tras marcharse de la Unión Soviética ven ahora estupefactos la cara amarga del capitalismo, con unos estados en bancarrota y sin servicios sociales.