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El alcohol, la coartada más endeble y cobarde

Si el grado de alcohol pudiese funcionar como eximente de algo en sanfermines, cada noche festiva habría cientos, miles de muertes. José Diego Yllanes, borracho o no, no pensó en matar a alguien en general, al primero que se le cruzase. No miró desafiante a quienes se cruzaron con él cuando iba camino de su casa con Nagore Laffage. En ningún escenario, por ejemplo tras una pelea en un bar, cabe pensar que de todos modos Yllanes habría estrangulado a alguien aquella noche para mutilarlo y trasladar su cadáver a un bosque mientras cavilaba una coartada. Nadie cree que le tocó a Laffage como le podía tocar a otra persona simplemente porque Yllanes había bebido. No.

Nada de lo que ocurrió aquella noche fue un suceso más entre otros posibles sucesos luctuosos. Laffage murió porque Yllanes no aceptó su «no». Y porque sintió pánico de que fuese a denunciar la violencia con la que intentó convertir ese «no» en un «sí». Yllanes no habría estrangulado a un amigo que le hubiese contrariado. Nagore Laffage murió por ser mujer, por decir que no a una proposición concreta y por intentar denunciar lo ocurrido. Y todo ello no se explica, ni razona, ni mitiga con la coartada del alcohol. Se explica con una mentalidad, una ideología, una educación y una reacción particular ante todo ello. Yllanes actuó como actuó porque no entendió que «no es no».

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