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Maite SOROA | msoroa@gara.net

Seis meses, seis

Se cumplían ayer seis meses del Gobierno del PP-PSE en Lakua y, aunque pocos lo recordaron, no faltó quien se apresuró en saltar a la cancha periodística y cantar las maravillas del «cambio».

En «El Mundo», Enrique Aguirrezábal se felicitaba por la vuelta que le han dado a la tortilla y se fijaba en las dos estrellas del trueque, que no «cambio».

Según el autor, «creo justo destacar que el titular de Interior, Ares, ha dado muestras no sólo de voluntad política por cambiar la inercia de su área de competencia, sino que también ha hecho de la práctica el mejor modo de mostrar al respetable que la lucha contra el terrorismo es posible». Por ejemplo, frente a la tumba de Txiki, ¿verdad?

Y después de glorificar al verdadero alma mater del ejecutivo autonómico, Aguirrezábal repartía el segundo premio: «Ahora quien rutila con luz propia es la titular de Educación, Isabel Celaá, que tampoco lo tiene fácil. De sobra es conocido que la educación a la vasca ha sido una de las herramientas utilizadas por los nacionalistas como vehículo de adoctrinamiento político en el sentido más torticero que se quiera». Pues no sé a ustedes, pero a servidora le adoctrinaron más bien poco.

Para justificar la acusación, el columnista de Pedro J. nos decía que no es cuestión de «entretenerse en los innumerables ejemplos que, a modo de denuncia ante los tribunales de justicia o mediante iniciativas en el Parlamento Vasco, sirven como prueba del nueve de que la educación en Vasconia era -y es hoy, de momento- vehículo de inmersión doctrinal nacionalista» y mencionaba «falsos contenidos, omisiones adrede de reseñas históricas, mentiras académicas con descaro y la imposición de una lengua vehicular que no es precisamente la que parlan la totalidad de los vascos, a saber, el español». Ése sí que lo aprendimos por imposición, majo. Ése sí.

Y si quieren otro ejemplo de imposición, lean a Aguirrezábal: «el español, según lo prevenido en el artículo 3.1 de la Constitución es la única lengua común y obligatoria para todos los que posean la nacionalidad española. Y que se sepa, renegar de la nacionalidad no exime de la obligación citada y no queda más remedio que chincharse y aprehenderla». Ése es el concepto de democracia de los nacionalistas españoles, que las demás nos «chinchemos». ¡Qué birria de democracia!

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