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Iñaki Lekuona Periodista

Identidad nacional

Ya tardaba Nicolas Sarkozy en desempolvar la gran cuestión sin la cual ningún francés de bien podría sobrevivir en este mundo donde la comida rápida norteamericana se ha zampado a la nouvelle cuisine, en el que en política internacional ya no existen gendarmes mundiales sino sheriffes, y en el que la cultura ya no pasa por París sino por un Hollywood de cartón piedra. Sarkozy ha reaccionado porque a esos peligros de ultramar acechan más desde otro mar: la inmigración. Por eso, en cuanto pudo ponerse de puntillas tras el atril de la Presidencia de la República, aquel agigantado Sarkozy confirmó su promesa de candidatura anunciando la creación de un nuevo Ministerio de Inmigración e Identidad Nacional.

Y es ahora cuando, a través de su ministro Eric Besson, acaba de lanzar su Gran Debate sobre la Identidad Nacional. ¡Ah Besson, Besson! Sólo él, nacido en el Marrakech tardocolonial, de padre militar y madre libanesa, socialista progre reconvertido en sarkozysta de pro y como dicen los franceses de gré, sólo él, que conoce todos los ángulos y aristas de la identidad nacional, sólo él podría lanzarse en esta búsqueda del Santo Grial, que no es otro sino el alma francesa.

Y herejes traidores serán todos aquellos que se aferren a identidades como la vasca, la bretona, la catalana o la corsa en detrimento de la muy superior y muy fraterna, libre e igualitaria identidad nacional francesa, que contrariamente a las anteriores, nunca supo de nacionalismos. Porque en Francia, como en España, todos saben cuán peligrosos son los nacionalismos. Sobre todo cuando cuestionan la única, indivisible y verdadera identidad nacionalista, perdón, nacional.

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