CRíTICA jazz
Semana privilegiada
Javier ASPIAZU
La pasada fue una semana privilegiada para los aficionados al jazz en la capital vizcaína. El jueves en el BJC disfrutamos del talento renovado (tras años componiendo y tocando para estrellas del pop) del saxo tenor californiano Teodross Avery. Quien fuera joven prodigio del jazz a mediados de los 90, momento en el que debutó con dos discos, casi seguidos, de fuerza y sonido impresionantes, vuelve ahora, mediada la treintena, a recuperar sus credenciales como improvisador. El repertorio de Avery (clásicos del hard bop, baladas, jazz latino de cosecha propia) encandiló desde el primer momento al respetable, que no sabía si admirar más la pureza y rotundidad de su sonido, su imponente presencia escénica, el poderío improvisador de que hacía gala o la absoluta solvencia de la sección rítmica que le acompañaba; con un Fabio Miano, al teclado, exhibiendo una mano izquierda prodigiosa, y empeñado, como de costumbre, en hacer fácil lo difícil; un Esteve Pi, a la batería, resolutivo y contundente, y un desconocido Juan Motera al contrabajo que, discretamente, supo estar a la altura de sus compañeros. Avery, cuyo concierto acabó en verdadera fiesta, inaugura en el club un mes de noviembre prodigioso.
Al día siguiente, dentro del ciclo 365 Jazz Bilbao, Enrico Pieranunzi ofreció un delicioso concierto al frente de su trío europeo. El recoleto y eufónico escenario de la sociedad Filarmónica fue testigo de la decidida vocación melódica del consagrado pianista transalpino, que interpretó temas propios (algunos tan irresistiblemente seductores como «El canto de los días»), standards de Cole Porter ó Duke Ellington y sorprendentes arreglos de célebres piezas de Nino Rota y Ennio Morricone. Pieranunzi, además de la honda emoción lírica que le caracteriza, exhibió un incontestable virtuosismo ofreciendo tempos doblados y originales variaciones. Por si fuera poco, el concierto contó con el aliciente añadido de escuchar a uno de los mejores contrabajistas europeos, el holandés Hein van de Geyn (haciendo en ocasiones la segunda voz melódica, casi tan elocuente como la del líder del trío) y a un consumado maestro de los parches, André Cecarelli, poniendo la nota puntillista a la batería.