Poca cal y mucha arena en el primer año de Obama
Un año después de su victoria, la negra cabellera de Obama comienza a mostrar unas incipientes canas que dan fe de que la suya es todo menos una tarea fácil.
Y es que, más allá de las desaforadas expectativas que generó -o que algunos alimentaron conscientemente- tras su llegada a la Casa Blanca, a Obama le ha tocado llevar el timón en un endiablado escenario de crisis. El tiempo dirá si ésta se convierte en oportunidad para apuntalar la primacía estadounidense o en la certificación de su anunciado declive.
En la arena interna, y pese a algunos anuncios esperanzadores, tanto los problemas de Obama para hacer realidad su reforma sanitaria -que, de momento, se ha cobrado su víctima colateral en la figura del derecho al aborto- como el culebrón en torno al prometido cierre de Guantánamo -que ha forzado la primera dimisión en su Administración en la figura de su impulsor y asesor legal de Obama Greg Craig- dan una idea de la fuerza que tiene la resaca en el proceloso mar de la política en EEUU.
No es menor la inercia de la corriente en el ámbito internacional, sobre todo cuando Obama tiene de burgomaestre a toda una Clinton. Ya nadie espera nada de sus promesas sobre el conflicto palestino-israelí. Sobre la guerra afgana, las apuestas sólo giran en torno a cuántos refuerzos enviará. Lo de Honduras clama ya al cielo.
Y «los problemas crecen», como la serie. Japón pide ahora la revisión de su dependencia respecto a EEUU. El presidente ha prometido que lo resolverá «pronto».
Pero «el tiempo pasa, nos vamos volviendo viejos». Y eso rige hasta para un «fenómeno» como el de Obama.