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Joxean AGIRRE I Sociólogo

Conciencia y paciencia

El último escrito de Luis Núñez, publicado en GARA el pasado 5 de noviembre, es el punto de partida e hilo conductor del artículo de Joxean Agirre, quien destaca la clarividencia del sociólogo recientemente fallecido y extrae de dicho escrito lecciones e incluso certezas, una de ellas la de que no es preciso esperar a nadie, sino dar pasos en el proceso que la izquierda abertzale aborda en estos momentos, cuya viabilidad depende sobre todo «de nuestra determinación por propiciarlo, alimentarlo y conducirlo por buen camino»

El 1 de noviembre pasado murió Luis Núñez Astrain. Lo hizo de forma tan discreta y digna que su desaparición fue el epílogo a su existencia más consecuente imaginable. Era una de esas personas que contagia: entusiasmo, actividad, reflexión y curiosidad. Alejado de las cátedras y cenáculos para científicos, hizo de su formación un uso metódico y profundamente ideológico: profundizar en la sociedad, en sus corrientes internas, para conocerla y -a poder ser- cambiarla. Vivió y murió completamente al margen de los «triunfadores» en su profesión, contratados para rehacer el mundo real a imagen del mundo virtual que interesa a unos pocos. Si estudié sociología en la cárcel fue, precisamente, por acercarme a la coherencia de Luis Núñez: licenciado en sociología y lingüística, militante de ETA, torturado, crítico, revolucionario, redactor de «Egin», coordinador de una obra mayúscula como es «Euskadi ta Askatasuna. Euskal Herria y la libertad», escritor infatigable y, por si todo lo anterior fuera poco, analista y crítico de nuestras propias insuficiencias y errores.

Consciente de lo irreversible de su enfermedad, consumió algunas de sus últimas horas de vida redactando a un amigo sus más urgentes reflexiones. El resultado, publicado en esta misma sección, es un legado a recoger y tener muy en cuenta. Más ahora, que estamos en la fase de aceleración previa a un proceso latente, lleno de oportunidades y de riesgos en clave histórica para el devenir de Euskal Herria.

Sin pretender interpretar el sentido último de cada una de sus frases, sí voy a detenerme en dos aspectos de su escrito, «Un país ocupado militarmente», para reiterar su importancia. Desde el hartazgo popular que causa «la falta de un porvenir abierto y compartido» -aseguraba Núñez-, estamos llegando a una fase de configuración de la nación vasca que va a requerir un compromiso multiforme pactado, en el que la base será el idioma, el territorio, la identidad y el respeto a la voluntad de la sociedad vasca. Del mismo modo que propugna la izquierda abertzale en las bases para el debate que con tanto éxito está difundiendo, el sociólogo donostiarra entendía que esa acumulación de fuerzas ha de afirmarse de manera acompasada pero contundente.

Aunque Luis no lo plasmara por escrito, entiendo que esa suma debe partir de un principio claro. Antes que buscar potenciales aliados en el espectro de partidos abertzales o en las distintas expresiones del movimiento popular, sea desde una óptica nacional o sea pueblo a pueblo, hay que hacer un esfuerzo añadido para cohesionar a quienes ya estamos en esta apuesta y a quienes, sin deslealtad, se han alejado en los últimos años de nuestros análisis y prácticas desde el desacuerdo. Luis Núñez deja en su escrito algún jirón de su propia visión del desacuerdo, pero no por ello escatima el reconocimiento a quienes defienden los valores y derechos de Euskal Herria por la vía más contundente y directa. El nuestro es un pueblo ocupado por las armas, y en el meollo de su definitiva liberación siempre habrá un tope último que hacer saltar, de eso a nadie le cabe la menor duda.

En cualquier caso, esa tensión dialéctica entre la legitimidad y la eficacia no nos puede paralizar. Ayer, la izquierda abertzale avanzó en buena medida el calado de su iniciativa política y el profundo cauce de su convencimiento. Sin ser así, no podría hacer el trabajo de tracción y persuasión que le espera. Por supuesto que hay que alcanzar acuerdos políticos firmes con otros agentes para crear y consolidar ese espacio político que queremos articular. Pero tan importante como exigir ese compromiso mutuo a todas las partes, lo es cimentar las bases que lo hagan posible y engrasar los mecanismos que activen y mantengan todos los instrumentos que necesitamos. Ni una línea más para la retórica. Precisamos dos cosas: un nuevo escenario sobre el que atornillar el proceso y una confianza plena en la activación social como palanca del proceso democrático. Y en esa dirección, con acuerdo político de por medio o sin él, desde la certeza de que no hay que esperar a nadie para empezar a creer en esta apuesta, hay que dar pasos. Luis Núñez lo expresaba con maestría en la última frase del escrito: «el proceso de la construcción paciente de la independencia es el que va construyendo el sujeto mismo de la independencia».

En el mismo estadio de importancia y claridad hay que situar el concepto de «activación social». Mientras la ofensiva represiva de los estados siga condicionando y comprometiendo las libertades de Euskal Herria, la construcción de la nación vasca y todas sus hipotéticas paradas y meandros tendrán que venir acompañadas de un inequívoco compromiso con los derechos de todas las personas. Si, como ha ocurrido en parecidas circunstancias, la izquierda abertzale, el movimiento popular, los cientos de personas encarceladas y sus familiares, toda la gente susceptible de ser secuestrada, torturada, hecha desaparecer, han de caminar solos en la defensa de sus derechos más elementales, apaga y vámonos. La ocupación militar, el genocidio político que padece Euskal Herria no son pretextos figurativos sobre los que se justifican una determinada línea política o la existencia de la resistencia armada. Son los fundamentos de la estrategia de asimilación de los estados, y así va a seguir siendo, incluso aunque la confrontación se materialice en otras coordenadas. Que nadie sueñe que en el nuevo escenario la no injerencia y la no violencia van a ser la apuesta de Madrid y París. Contando con que seguirán como hasta ahora, la barricada con la que cortarles el camino deberá levantarse en clave de pueblo. Con respeto a la cultura política de cada cual, pero sin que nadie nos diga que obligar a los familiares de nuestros presos a desnudarse para poder visitarlos, o convivir eternamente con la incógnita del paradero de Jon Anza, o llegar torturado a los sótanos de la Audiencia Nacional son cuestiones de orden menor en su agenda.

La toma de conciencia de nuestra relación con el mundo, de nuestros deseos e intereses, nos exige arriesgar y hacer que los demás arriesguen. Empezando por nuestra casa, siguiendo por todo el archipiélago de potenciales aliados, y terminando por los observadores internacionales, cuya vocación real no es mirar, sino contribuir a la solución. Desde el mediodía de ayer, la sociedad vasca conoce los siete principios con los que la izquierda abertzale va a buscar soluciones a los graves problemas que atenazan a Euskal Herria y merman su desarrollo libre y soberano. Después de dar este primer paso, no hay que condicionar los siguientes al eco de ese pronunciamiento. Trabajamos desde el convencimiento de que en esta nueva fase lo crucial es iniciar un proceso democrático que nos conduzca hasta el cambio de marco, así que la viabilidad del mismo no depende de su previa asunción por parte de otros agentes, sino de nuestra determinación por propiciarlo, alimentarlo y conducirlo por buen camino con el apoyo de la mayoría social y política de este país. Como concluía nuestro querido Luis Núñez, el punto de partida seguirá siendo el pueblo y la piedra.

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