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Iñaki LEKUONA | Periodista

Había una vez

Esto es espectacular. De circo. Aunque, por qué extrañarse, al fin y al cabo, el pequeño Nicolas lleva años ejerciendo de payaso frente a un público pudiente que le ríe las bufonadas, mientras otros esperan fuera de la carpa, calándose hasta los huesos con la que está cayendo. Pero que nadie se ponga nervioso: desde las alzas de sus zapatos, Sarkozy ha visto a su pueblo, y se ha apiadado. Por ello, ha decidido llevar su espectáculo más allá de la lona, ofreciendo una versión de su show más exitoso: malabarismos de orgullo patrio con ligeros toques de racismo primario.

En eso consiste su Gran Debate sobre la Identidad Nacional, su pan y circo del siglo XXI, tan rancio como si hubiera sido sacado del XIX. Pero que resulta. Según los sondeos, los franceses no sólo esos que disfrutan bajo la carpa sino, también y sobre todo, muchos de los que están fuera, juzgan útil este debate. Sarkozy ya pescó en 2007 en el mar de desesperanza y rencor donde habitualmente faena el Frente Nacional; ahora quiere repetir botín en las elecciones regionales de marzo. Su red, el Gran Debate.

¿Y qué se puede hacer para impedirlo? Poca cosa. Dejarle hacer, que dirían de un tonto, aunque este sea muy listo. Porque muy a pesar nuestro, el espectáculo continuará. Y encontrándonos ya aquí, es bobada irse, que siempre habrá lugar para la risa y tiempo para largarse. Lo de la risa, por ejemplo, ya llegó: la última payasada incluye un manual enviado a todas las prefecturas con 200 preguntas para dirigir el Gran Debate. Que los prefectos necesiten de un kit de autoayuda para descubrir cuál es la identidad francesa es de chiste. De circo. Y el espectáculo no ha hecho más que empezar.

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