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¡Ay! La mística de la feminidad...

Iratxe FRESNEDA | Periodista y profesora de Comunicación Audiovisual

En Estados Unidos en un plazo de diez años -sucedió entre 1955 y 1965-, el salario de las mujeres decreció con relación al de los hombres en cuatro puntos.

En la universidad, más de lo mismo; en el año 1950 el 28% de los profesores eran mujeres, diez años más tarde, el porcentaje bajó un 8%.

Y en un contexto en el que los hombres habían regresado de la guerra, el mito de la felicidad del ama de casa estalló de golpe en las consultas de los siquiatras, que se llenaron de casadas enfermas de una angustia sin nombre. Ésa que les hacía abusar de cualquier tipo de estupefaciente que tuvieran a mano para soportar la vida en la que se sentían atrapadas. Fue la periodista y sicóloga norteamericana Betty Friedman la que dio con ello tras haber estudiado el fenómeno. El problema sin nombre no era otro que la «mística de la feminidad»; la frustración de la personalidad femenina en aspectos vitales para cualquier ser humano, y su confinamiento en un confortable campo de concentración.

Y Hollywood, como reflejo de la sociedad a la que pertenece, se hizo eco de este retroceso. Es más, lo fomentó, y las heroínas con una personalidad fuerte e independiente interpretadas por actrices como Bette Davis, Katherine Hepurn o Barbara Stanwick fueron sustituidas por rubias (supuestamente) carentes de personalidad y por supuesto curvilíneas y voluptuosas. La consigna había cambiado, ahora después de la vuelta al nido, el guerrero necesitaba descanso, había que buscar un marido.

Años después, medio siglo después, Hollywood continúa marcando cuales han de ser los estereotipos, tanto femeninos como masculinos, en función de las necesidades del «mercado». Ahora, la mujer, además de trabajar fuera de casa y ser una profesional consolidada, es una gran deportista que está al tanto de la moda y la decoración de interiores y resulta ser una amante y una madre perfecta.

Aunque, como suele pasar, tras las paredes hechas de resipol de las casitas del barrio alto se esconden historias de mentiras y frustraciones, pastillas para adelgazar y dormir y algo más que sonrisas y lágrimas. Y las historias de renuncia se repiten fuera y dentro del celuloide. Hay mujeres que desesperan, pocas desesperadas que cometen disparates ante los disparates que comete la sociedad con ellas. Aguantan, callan, y tiran hacia adelante, ya lo han hecho así otras antes que ellas. Desviarse del camino no suele traer nada bueno. ¿Para qué saltarnos las normas? La mística de la feminidad...

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