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Maite UBIRIA I Periodista

Asumir riesgos para velar por la verdad en el «caso Anza»

Hubo un tiempo, me cuentan, en que el periodismo tuvo el poder de perturbar las digestiones en palacio. Bajo reinado de Charles Pasqua, en Place Beauvau se acunó la frase de que hasta leer «Le Monde» nadie que trabajara en el Ministerio de Interior podía estar seguro de disfrutar de una cena sin sobresaltos.

Intuyo que los veteranos del Ministerio habrán tratado de restar hierro a la información sobre Jon Anza publicada por el «diario francés mas influyente», recordando otros tiempos difíciles, mientras que los noveles habrán centrado sus esfuerzos en tocar las teclas oportunas para activar el cortafuego.

Si la «extraña desaparición» de la que habla la periodista Isabelle Mandraud no salta a la televisión, pensarán, puede que en el cercano Elíseo la noticia no altere el menú nocturno. Nadie debería olvidar que Sarkozy ganó las elecciones confesando al respetable que entre sus aficiones no figura la lectura.

Código de 1971. Un manual de deontología al que se debe, por haber estampado su firma en él, un diario de raíz social y cristiana. El omnipresente Gobierno de Sarkozy lanzó en otoño pasado el debate sobre los medios de comunicación. Quizás un nuevo decálogo venga a respaldar un oficio que con sus luces y sus sombras ha sabido acompañar la lucha por las libertades y ha dado voz a verdades incómodas.

Jon Anza desapareció oficialmente en territorio francés. Como Pertur, como Naparra, como Popo. En territorio de la República los primos hermanos de los barbouzes que sembraron de sangre Argelia y de vergüenza a Francia persiguen con impunidad a los vascos, sin distinguir incluso el color del pasaporte.

Leo la Carta de Munich. Diez deberes y cinco derechos. Un deber: «Un periodista asalariado no debe dudar en asumir riesgos para hacer respetar la verdad». Un derecho -vapuleado por los desembarcos de capital contaminado en los medios y la alta precarización laboral-: «El periodista debe poder investigar sobre todos los hechos que condicionan la vida pública».

Desconozco si Alliot-Marie es de apetito frugal o acostumbra a ganar el lecho con la tripa llena. Pero el silencio se ha quebrado, y aunque sólo sea un susurro, la búsqueda de la verdad, que no cesa, le pisa los talones.

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