Mertxe AIZPURUA I Periodista
Ataques de humo
Debe ser que no es suficiente con hacer sentirnos malas personas a los fumadores. Yo lo soy. Mala persona. Muy mala persona, incluso. En la candidez y en la ingenuidad, una podría pensar que eso debería bastarle al sistema y que después de tantas medidas contra el consumo de tabaco llegaría ese momento zen en el que, finalmente, dejarían en paz y tranquilidad espiritual a quien no quisiera hacer caso de las advertencias. Pero no. Me equivocaba, como se equivocan las malas personas de buena fe. Vale. Defender el tabaco es algo indefendible. Lo sé. Es nocivo. Sí. La vida lo es también. Vivimos rodeados de nocividad por todas partes. Pero debe dar mucha tranquilidad pensar que, quizá, gracias a todas estas campañas, los muertos de la próxima tragedia que desencadene un ataque químico, un escape nuclear o la guerra que acaba de llevarse a la boquita el último Premio Nobel de la Paz, morirán más felices con los pulmones bien limpios y las arterias libres de nicotina. Si alguien creyó aquello de que siempre nos quedará París, que sepa que es allí donde han retirado el cartel de la película sobre Gainsbourg -aquel cantante bohemio que sostenía el micrófono con una mano y con la otra el cigarro- porque el actor aparece fumando. Se empieza así y se acaba presentando la atmósfera que envuelve a Bogart y Bacall en «Casablanca» como si, en realidad, fuera niebla londinense; colocando una margarita entre los dedos de Sharon Stone en el cruce de piernas de «Instinto Básico» o sustituyendo el puro de la mítica foto del Ché por una barrita integral baja en calorías. Y todo será por el bien común.