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Jon Odriozola Periodista

La política y la lingüística

Si la parla, el habla, la «parole» que decía Saussure, generara lucro, los charlatanes serían millonarios

Si el lenguaje fuera una fuerza productiva que creara riqueza, al igual que la fuerza de trabajo humana (la inhumana, una vaca, por ejemplo, trabaja pero no genera plusvalía que es lo que persigue el capitalista -trabajo no remunerado- que explota al obrero asalariado; por eso el esclavo romano era un «animal que hablaba» al que sólo se le mantenía con el condumio, pero no con un salario en una economía apenas monetarizada o monetizada), decía que si la parla, el habla, la parole que decía Saussure, generara lucro, los charlatanes serían millonarios.

De hecho, la llamada «clase política» que, a pesar de Mosca, un politólogo, no es una clase social, pues es socialmente improductiva, no contribuye al Producto Social Bruto de un país sino, al revés, vampiriza parte de él y se las vería muy tiesas con la filosofía del lenguaje, el atomismo lógico de B. Russell o el Círculo de Viena de principios del siglo pasado que, dicho así, parece que, escolásticamente, pasaran cuarenta siglos y llegáramos al fin de la historia. Y no tanto: seguimos en la Modernidad leyendo a Neruda.

La Lingüística es un campo apasionante, pero inaccesible para un hombre limitado como yo. ¿Hombre, he dicho?¿Qué es un «hombre»? Ya empezamos a liarla. Las cosas, los conceptos, hay que precisarlos y, si no, más vale echarse a dormir. Para R. Carnap, la sintaxis lógica era un campo de la investigación lingüística en el que prescindimos de los usuarios del lenguaje (o sea, usted y yo, pero eventualmente), y analizamos exclusivamente las relaciones entre expresiones. En otras palabras: cuando usted, un «político», por ejemplo, dice lo que dice, ¿qué está diciendo en realidad? El Círculo de Viena quería, como Frege, matematizar el lenguaje, es decir, constreñir lo que se dice (las palabras) a proposiciones exactas y que no se presten a anfibologías ni llamen a engaño. Que no haya tahúres de la palabra (que es lo que pensaba Platón de los poetas). En crítica literaria algo pasa de esto. Víctor Moreno lo denuncia constantemente; siempre pone el dedo en la llaga antipáticamente para el stablihsment. Cuando un escritor dice que sus fuentes son grandes escritores como Faulkner, como dice el postizo Muñoz Molina, hay que preguntarle e interrumpirle para decirle: ¿pero usted ha leído a Faulkner? Y si responde que sí (que vete a saber), la siguiente pregunta es: ¿qué obra, qué novela, y se cuidó usted de estudiar la circunstancia histórica y personal faulkneriana para entender «Absalón, Absalón»? No hace falta leer a Faulkner para ser un buen escritor, pero no presuma ni, menos, se compare con maestros para pasar por uno de ellos.

Si se busca la precisión, el lingüista interrumpiría a cada rato al «político». Le exigiría, no ya que sus palabras se correspondieran en hechos, que es lo que pide el pueblo, sino que, cuando dice lo que dice, sepa exactamente lo que dice. Por ejemplo, cuando se dice que si alguien te despierta a las seis de la mañana tiene que ser el lechero por cojones, ¿es un lechero inglés o un policía español? Wittgenstein diría que de lo que no se sabe, mejor no hablar. Y Rubalcaba que los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo.

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