Jakue Pascual Sociólogo
¡Buena suerte!
Y como ya no sé si la suerte es azar, probabilidad casual, sincronicidad, superstición, factor causal o todo junto, me rodeo de tréboles de cuatro hojas, patas de liebre, manttangorris, sietes y elefantes de jade
Si te ha abandonado el amor de tu vida por ser un desconsiderado egoísta, si has contraído la gripe A o sus mutaciones, si te ha engullido el laberinto burocrático de Kafka, si padeces el «estilo nulo» del regionalismo vascongadillo, si la recesión te ha plantado en el paro con una hipoteca y te sientes como un mequetrefe sin futuro al que la televisión le ha borrado la memoria... Está claro que éste no ha sido tu año, que te han echado mal de ojo y que, de cara al 2010, necesitarás conjurar la mala suerte.
Agatodemon es un simpático demoniete, caprichoso pero benéfico, que acompaña a Sócrates. Aristófanes brinda con él para que no le abandone. Siete dioses transitan la suerte de India a Japón, pasando por China. ¡Caprichosa diosa Vortumna, haz girar el azar en la ruleta! En el Oráculo Praeneste la suerte del recién nacido se representa en un trozo de roble y a la Ocasión la pintan calva, de ahí que sea harto difícil aprehender un mechón de su cabello. Fortuna Populi Romanii. Maquiavelo opera un desplazamiento materialista sobre el destino. Virtud y Fortuna. Las victorias de los príncipes se imponen mediante las relaciones diplomáticas que construyen un campo de batalla favorable. En el día de Acción de Gracias el Imperio Católico estampa cornucopias en las enseñas que dividen a los países de El Dorado. Mientras, en el Altiplano, el jorobado, risueño, orondo y sexualmente bien dotado Ekeko, ahuyenta la desgracia y -como un Olentzero- provee de regalos a aquellos que le agasajan con aguardiente en honor a la Potlatch perdida. Lo atestiguan el inquisitorial Ludovico Bertonio, para quien hay que «procurar deshacer esta persuasión que tienen, por embuste del demonio» y el rebelde Túpac Katari, cuya sublevación le rinde culto.
Quienes interpretan la vida en forma de suerte creen que los sucesos tienden a organizarse de forma afortunada o desagradable. Los rituales y sacrificios religiosos median en la suerte introduciendo el acuerdo forzoso con la voluntad Divina. «Los que aderezáis mesa para la diosa Fortuna, a todos os destinaré a la espada», profetiza Isaías. Otros, como Freud, redundan en su efecto placebo. Jung denomina sincronicidad a la «coincidencia temporal de dos o más sucesos relacionados entre sí de una manera no causal». Las fuentes se hallan en el Tao, en la simpatía de las cosas, en el «todo está lleno de dioses», en la correspondencia micro-macro de Paracelso y en la polémica sobre si Dios juega o no a los dados.
Y como ya no sé si la suerte es azar, probabilidad casual, sincronicidad, superstición, factor causal o todo junto, me rodeo de tréboles de cuatro hojas, patas de liebre, manttangorris, sietes y elefantes de jade. Y me prevengo tocando madera, clavando una herradura en la puerta, levantándome con el pie derecho, tapándome la boca al bostezar para que no entren los demonios, comiendo las doce uvas de Nochevieja y cruzando los dedos en forma de un que te jodan con una arquetípica higa. Begizko y kutun, mal de ojo y amuleto, dos caras de una moneda que tintinea esquiva en pos de la incierta fortuna.