José Steinsleger Escritor y periodista
Cuba y el racismo daltónico
El racismo, entiendo, es un sentimiento. El más escurridizo, terrible, hipócrita y retorcido de los sentimientos. Puede ser usado por la contrarrevolución y puede ser usado por la revolución
En una declaración dirigida al presidente Raúl Castro, más de 60 intelectuales y líderes políticos «afroamericanos» exigieron que se ponga fin al innecesario y brutal acoso de los ciudadanos negros en Cuba, que defienden sus derechos civiles. La réplica no se hizo esperar. Un grupo de destacados intelectuales cubanos estimó que tal exhortación «... parecería una delirante elucubración si no fuera porque detrás de esas ficciones se evidencia la aviesa intención de sumar a respetables voces de la comunidad afronorteamericana a la campaña anticubana que pretende socavar nuestra soberanía e identidad».
Esta vez, el escenario no fue ocupado por los que viven del negocio de la libertad para Cuba, sino por personalidades como el profesor Cornel West, predicador y profesor de la Universidad de Princeton, la veterana actriz Ruby Dee Davis o el pastor Jeremiah Wright, un convencido de que Dios maldijo a su país «... por tratar a los nuestros como ciudadanos de segunda» y personaje al que Barack y Michelle Obama quisieran borrar del álbum familiar, después de haberlos casado y bautizado a sus hijas.
¿Racismo en Cuba? En oftalmología, la desviación de un ojo con relación al otro se llama estrabismo, presbicia es vista cansada y daltonismo un defecto que impide distinguir los colores. Ignoro si en asuntos de ideología, política, historia, cultura y sociología existen términos análogos para nombrar deficiencias similares.
Manning Marable, historiador de la Universidad de Columbia y biógrafo del líder Malcolm X, parece no haberlos encontrado. En una investigación acerca del racismo, Marable dice que el nuevo dominio racial en Estados Unidos sería un triángulo mortal o una trinidad diabólica del racismo estructural: desempleo masivo, encarcelamiento masivo y privación masiva del derecho al voto.
A ese ciclo triangular de marginalización económica y exclusión que culmina en una muerte civil y social, Marable lo llama racismo daltónico. O sea, una variedad de racismo orientado a desmontar la maniquea señalización etnocromática, remodelando el lenguaje y tratando la raza de forma neutra y daltónica. ¿Hay o no racismo en Cuba? Un sí categórico equivaldría a dar crédito a un confusionismo tan deliberado como intencionado, y un no categórico corre el riesgo de ser subestimado por el teque (bla, bla), ignorando una realidad que requiere ser encarada sin presbicia, ojos estrábicos y mirada daltónica.
Hace un siglo, el insigne pensador cubano Enrique J. Varona decía: la colonia sigue viva en la república. En 1959, la revolución demostró que la república era colonial, y se enrumbó por el camino del socialismo. Empero, medio siglo después, los libertarios a sueldo aseguran que el racismo sería el pan cotidiano de la revolución. Bien. ¿Qué porcentaje de blancos lo manifiestan y qué porcentaje de negros lo resiente? ¿Noventa por ciento, 50, 20, 10 por ciento? No interesa. Para el etnólogo Carlos Moore, todos los blancos cubanos son racistas, a más de que los dirigentes de la revolución serían suprematistas blancos. El delirio vende. Y más cuando va acompañado de la seriedad académica de personajes como Enrique Patterson, ex profesor de filosofía en el Departamento de Marxismo-Leninismo de la Universidad de La Habana.
Franz Fanon decía que el racismo no es una constante del espíritu humano, sino una disposición inscrita en un sistema determinado. ¿Pero bastó con la ideología para acabar con el racismo en Cuba? Intelectuales como el profesor Marable deben ser realistas, e inevitablemente fatalistas a la vez. En cambio, el profesor Desiderio Navarro, uno de los intelectuales más complejos y acuciosos de Cuba, sostiene que en lugar de preocuparnos por el color del pasado, hay que ver el color del futuro.
Marable vive en un sistema capitalista sin destino y Navarro en una sociedad socialista que le da vueltas al asunto. Y nosotros en una sociedad colonizada y alienada en la que 80 por ciento de la población es pobre, y 90 por ciento de esta población es indígena, negroide o mestiza. Y eso que el primer grito abolicionista en América fue lanzado en 1811 por el diputado mexicano Guridi Alcocer ante las Cortes de Cádiz.
La revolución cubana tiene con qué afrontar el desafío. No obstante, restaría saber hasta dónde sus pensadores tienen claro que el racismo no es un mero epifenómeno de la lucha de clases, o algo inscrito en un sistema determinado, como creía Fanon.
El racismo, entiendo, es un sentimiento. El más escurridizo, terrible, hipócrita y retorcido de los sentimientos. Puede ser usado por la contrarrevolución y puede ser usado por la revolución. Julius Lester, activista y lúcido cerebro del movimiento negro estadounidense, escribió en un breve artículo sugestivamente intitulado «El radical blanco como revolucionario» (1967): «Lo que los negros sienten en las tripas, los blancos lo sienten con la cabeza».
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