El Athletic condenó definitivamente a la categoría de accidente sin trascendencia el tropiezo frente al Valencia. Lo consiguió en un encuentro que podría venderse en las farmacias como somnífero, pero en el que los rojiblancos hicieron gala de una efectividad incontestable, que vuelve a incluirles, si es que habían salido, en el grupo de candidatos a pelear por Europa.

Sobre todo porque el encuentro de La Romareda añade otra muesca a la trayectoria casi impecable que mantiene el equipo en las últimas semanas. Especialmente en sus desplazamientos, en los que ha enlazado tres victorias -cuatro, si se incluye la de Viena- consecutivas, algo para lo que ha tenido que esperar ocho temporadas. Además, como sucediera en los dos viajes anteriores, a Racing y Almería, el Athletic basó buena parte de su triunfo en una característica que, hace nada, se le achacaba ser incapaz de adquirir: también en La Romareda, los bilbainos tuvieron calma, supieron esperar, tensando el ánimo de un rival necesitado, y cuando llegó el momento, soltaron el aguijonazo. Aunque con una visión más pesimista también se podría hablar de un equipo incapaz de responder de forma más agresiva a la iniciativa local y con la gran fortuna de aprovechar su primera oportunidad.

Pero ahora mismo, la trayectoria de los rojiblancos en estas últimas semanas invita más a pensar en un equipo con suficiente poso y confianza como para afrontar todo tipo de partidos, incluídos los que obligan a reservar las revoluciones para momentos determinados. Un equipo, en definitiva, que parece capaz de limar sus pecados de juventud pese a que si algo le caracteriza es, precisamente, la juventud. Ayer, de hecho, los goles sobrepasaron a duras penas la mayoría de edad: dos asistencias para un Iker Muniain que volvió a ejercer de talismán, cabezazo de un Mikel San José que ha marcado dos goles en tres partidos, y puntilla a cargo de un Markel Susaeta que ayer se dejó ver menos que en otros partidos pero que obtuvo la recompensa que tantas veces se le ha escapado.

El pagano fue un Zaragoza que sólo tuvo balón y que cambiará de entrenador hoy mismo -Marcelino y sus dos ayudantes fueron llamados al despacho del presidente nada más concluir el choque para hacer efectiva su destitución-. Los maños, que se llevaron un susto morrocotudo antes de que se cumpliese el primer minuto -una falta cabeceada a gol por Gurpegi en fuera de juego-, se resignaron a llevar la iniciativa frente a un Athletic que, tras el toma y daca inicial, se limitó a verlas venir. El resultado fue un primer tiempo soporífero en el que la única emoción residió prácticamente en calcular cuánto tardaría en enviar un jugador a la caseta Velasco Carballo, que se había despertado tarjetero.

Sólo en el último minuto desaparecieron los bostezos para dejar paso al «uy», con un triple remate de los locales que la zaga bilbaina despejó a duras penas.

En dos minutos

Con buena parte de la tarea, mantener la portería a cero frente a un rival necesitado, cumplida, el Athletic necesitó un cuarto de hora de la reanudación para ponerle definitivamente su nombre al partido. Volvió a ejercer de talismán Muniain. Dos minutos después de sustituir a Llorente -antes Etxeita había relevado a Castillo, con problemas físicos-, el navarro besó el santo. El San José, concretamente, que con un rotundo cabezazo convirtió en gol una jugada de Muniain.

Aunque hubo amago de reacción local, con un cabezazo de Arizmendi, solo en el segundo palo, el partido estaba sentenciado. Buena muestra de los nuevos vientos que corren para el Athletic, pocos pensaban en una recta final de infarto, tan habitual en otros tiempos, y muchos en la sentencia a cargo de un equipo al que se veía muy cómodo. Y muy efectivo, aunque esta vez desperdició un par de llegadas -una conducción de Muniain, que Susaeta sirvió para Toquero; y un servicio del gasteiztarra que Iraola estrelló en el lateral de la portería- antes de colocar la puntilla. Muniain guió el contragolpe y Susaeta batió a López Vallejo de disparo cruzado.

El Zaragoza tuvo tiempo de maquillar el marcador, con un zapatazo de Diogo en el descuento que se envenenó tras tocar en Amorebieta, pero el triunfo ya tenía nombre.