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Crónica | Exigen menos «paternalismo social»

Los nuevos «jasp», jubilados aunque suficientemente preparados

De ser objetos, a ser sujetos. Es lo que demandan cada vez más las personas que alcanzan la jubilación. Anhelada cuando se es más joven, pocos están preparados para afrontarla. Y ahora, ¿qué hago con mi vida? Muchos no se resignan a ser meros rellenos de temporada baja en el sector hotelero.

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Joseba VIVANCO

La palabra jubilación proviene del latín jubilare, es decir, disfrutar, alegrarse. Así es como cualquier persona con 30, 40 años de desempeño de actividad profesional contempla ese sueño de la jubilación. «En la sociedad en la que vivimos, cada vez más personas aspiran a poder realizar en la jubilación todo aquello que no pueden hacer en su vida laboral», estima Josebe Alonso, doctora en Pedagogía y profesora vinculada a la Educación de Adultos y Formación de Formadores desde 1984. Sin embargo, llegado el día -se apresura a enturbiar ese halo de mitificación-, «aunque exista un primer momento en que puede sentirse un sentimiento de libertad, donde hago lo que quiero, en casi todos los casos hay un momento de sensación de vértigo, de ahora qué, de qué hago con mi vida».

Para la mayoría, la vida gira alrededor de su trabajo. Genera ingresos, satisfacciones, es fuente de relaciones sociales... el trabajo dignifica, se nos llegó a vender. Pero todo es más complejo y las políticas economicistas y neoliberales han hecho que también para la mayoría «salir del entorno laboral sea un anhelo, un anhelo basado en la ilusión de huir», reconoce Ernesto Mendiola. «De ahí que la jubilación se considere como una meta. Y de ahí que se tenga `envidia' a los que se jubilan».

A sus 73 años, Mendiola es de ésos de los que se dice que está hecho un chaval. Comenzó a trabajar con 15 años y se jubiló a los 54. Entre medio, una trayectoria laboral siempre ligada a empresas de la siderurgia y bienes de equipo de Ezkerraldea. «Ahora soy ciudadano, que no es poco», se autodefine. Ocupa la vicepresidencia de la asociación Hartu-emanak, con sede en Bilbo, y dedicada desde hace siete años al aprendizaje permanente y participación social de las personas mayores.

«Yo, como otros, cuando nos jubilamos gozamos de una alegría inicial por disponer de tiempo libre para nosotros, como si surgieran unas vacaciones superiores en tiempo a las habituales. Pero pasada esa etapa inicial, te encuentras con una realidad y es que tienes muchas horas al día que las tienes que llenar de contenido», reconoce.

Precisamente, Hartu-emanak ha programado para los días 16, 17 y 18 (en Koopera, calle Fernández del Campo, Bilbo), unas jornadas de preparación a la jubilación, bajo el título ``Queda mucho por hacer''. Se hablará sobre aspectos sociales y sicológicos, salud y alimentación, y participación social.

La profesora Josebe Alonso recuerda cómo hace dos décadas, cuando el mundo de la educación de personas adultas comenzaba a ser conocido por estos lares, ya en lugares como Gran Bretaña las propias empresas desarrollaban programas de prejubilación. «Estaba demostrado que eso favorecía la calidad de vida de esos futuros jubilados y reducía los costes en aspectos sanitarios o de asistencia social», expone.

Una «cantera» de energía

Sin embargo, aquí, poco o nada se ha avanzado en este campo, más allá del voluntarismo de asociaciones como Hartu-emanak. «Fundamentalmente, los poderes públicos ofrecen políticas de paternalismo. Somos conscientes de que nos tenemos que abrir camino en esta etapa de la vida, pero también es verdad que las administraciones públicas deben abrir cauces para rentabilizar esta `cantera' de energía», se queja Joseba Egiraun, miembro también de la misma junta directiva de esta asociación bilbaina. Sicólogo de profesión, la hora de la jubilación le llegó con 65 años. Hoy cuenta 71.

La compañía de seguros AXA realizó en 2007 un estudio comparativo internacional, donde se preguntaba: ¿Una nueva vida después del trabajo? Los trabajadores en activo, de forma mayoritaria, pensaban en la jubilación como una etapa en la que podrán viajar, estar con la familia, estudiar, desarrollar diferentes aficiones. Curiosamente, el mismo estudio recogía que, después de llegado el momento, el viajar, por ejemplo, pasa a un tercer lugar en interés, priorizándose la preocupación por la salud -las famosas rutas del colesterol que cada pueblo tiene- y atender a la familia, incluido aquí su nuevo papel de «canguro» de sus nietos.

«¿Los famosos viajes? Son para quince días... Y el resto del año ¿qué?», se pregunta Josebe Alonso. «¿Qué pasa cuando no quieres dedicarte sólo a ser un consumidor pasivo en función de las necesidades del sector turístico, que llena con los jubilados sus hoteles en temporada baja?», insiste.

Pero del mismo modo que aquella lejana imagen de la jubilación puede luego resultar engañosa, lo mismo que cuando pasan los días de la novedad comienza la rutina, Ernesto Mendiola apuntilla que «cuando tú te jubilas, se jubila toda la familia, seamos realistas». Y por el momento, el que se jubila es él, el hombre, dada la todavía reciente incorporación plena de las mujeres al mercado laboral.

«Naturalmente -explica este jubilado-, si tú ya no sales a trabajar, pasas más horas en casa sin saber qué rol tienes que desempeñar y muchas veces invadiendo espacios que la mujer desempeñaba, lo que produce fricciones». Pasan los días del «tiempo para todo» y aparece la implacable rutina diaria. «Eso puede crear tensiones sicológicas que ensombrecen la alegría que, como meta, siempre quisimos alcanzar», advierte.

Una incorporación a la vida familiar, después de años de salir de casa a horas tempranas y regresar avanzada la tarde, que también repercute en los propios hijos. «Esa presencia ejerce, sin quererlo, un mayor control sobre su vida y el control siempre crea roces», apunta Joseba.

La mujer, en general, se está incorporando poco a poco a esa jubilación «oficial». Futuras generaciones serán más sensibles a este efecto. Lo que sí es una certeza es que ellas consiguen combinar mejor que el hombre ese novedoso tiempo libre con sus tradicionales tareas del hogar y una mayor actividad fuera de casa. «Una vez que se sienten aliviadas de las cargas familiares, las mujeres se involucran más en procesos formativos, en actividades culturales, en voluntariados...», señala la experta Josebe Alonso. No hay más que echar un vistazo al número de asociaciones de mujeres y preguntarse al mismo tiempo cuántas hay de hombres.

A juicio de esta pedagoga, es evidente que se necesita una preparación llegado el momento de decir adiós al puesto de trabajo. «Se da una ruptura que no es progresiva, sino brusca. Se producen cambios muy importantes en la vida y necesitamos dar una salida satisfactoria a esa nueva forma de vida». Son 20, 30 años aún por delante. ¿Qué se les ofrece, quién y cómo se les orienta? ¿Que cada uno se las arregle como pueda?

Lo que tienen claro tanto Ernesto como Joseba es que «ser improductivo en este mundo económico no tiene porqué ser improductivo socialmente». Ambos se niegan a ser sujetos pasivos. «Yo creo que lo del jubilado viendo las obras es un estereotipo afincado en nuestra sociedad», responde el primero. «El fondo de la cuestión aquí es que sí, está muy bien avanzar hacia una sociedad tecnológica, pero al mismo tiempo hay que hacerlo hacia lo que llamamos innovación social». Es decir, prosigue, «fomentar un cambio cultural que potencie valores vinculados a la participación social, a la educación y también al envejecimiento activo».

«Nos jubilamos para vivir»

El término jubilare significa disfrutar. Como recuerda la profesora Josebe Alonso, «Freire, el pedagogo más reconocido internacionalmente, decía que no somos viejos, nos sentimos viejos». Y la realidad nos dice que, por ejemplo, según las proyecciones del Instituto de Estadística Eustat, los mayores de 65 años representarán el 22% de la población de la CAV en el año 2020. Casi una de cada cuatro personas.

Lo que se antoja evidente es que con esta proyección de hacia dónde se mueve el dibujo de la pirámide poblacional, no es suficiente con un programa de viajes o unos cursillos de mantenimiento físico. «Es preciso que los jubilados seamos considerados como personas socialmente activas y no estar sujetos a políticas de termalismo social», reivindica, molesto, Ernesto Mendiola.

«Antes - reflexiona su compañero Joseba Egiraun- se jubilaban para morir; hoy, sin embargo, nos jubilamos para vivir». Pero el colectivo jubilado no es nada homogéneo. Hoy, uno se va a su casa con 50 años, con 57 o con 65. Hay personas que llegan a esa edad con una vida más diversificada, más preparada. «Pero muchas otras viven una situación de soledad y de insatisfacción social. Los estudios nos hablan de un elevado porcentaje de personas que sienten que la sociedad no les valora lo suficiente o que reciben poca protección por parte de las administraciones».

La vida es un continuo aprendizaje, recuerda Josebe Alonso. «Pero necesitamos cualquier cosa, menos paternalismo social», concluye Ernesto Mendiola.

 

El tiempo

La demora en la ejecución del nuevo proyecto, según varias fuentes consultadas, «beneficia» a la Caja, que ve como el número de antiguos residentes que retornarían a Ibarrekolanda sería muy pequeño.

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