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Gorka ANDRAKA | Periodista

En el nombre de Sáhara

América, África, Italia, Israel...la lista es larguísima», explica Mohamed en la ventanilla del Registro Civil de Bilbao. «¿Por qué no puede mi hija llamarse como nuestro país?, pregunta indignado. «No existe, ese nombre no existe», replica una y otra vez el funcionario. «¿Y cuándo éramos colonia española? ¿Existíamos entonces? ¿Y las toneladas de pescado que nos roban hoy vuestros barcos? ¿De dónde salen?», insiste sin éxito Mohamed..

Nora, su primera hija, cumple el viernes seis años. Cuando nació, Mohamed y su mujer, Enguia, apenas llevaban unos meses instalados en Euskadi tras dejar los campamentos de refugiados. Sáhara llegó en mayo del año pasado y sus padres consiguieron finalmente que autorizaran su nombre. Eso sí, después de presentar una carta del Frente Polisario, el gobierno saharaui en el exilio, donde se certificaba que Sáhara en su tierra se utiliza también como nombre propio femenino.

«Estáis locos», bromean todavía algunos amigos. «Con los problemas del Sáhara, a quién se le ocurre, vaya nombre...». ¡Bendita locura!, pienso yo ahora. Hace unos días, en un acto de apoyo a Aminetu Haidar, coincidí con la familia de Mohamed. Sáhara estaba preciosa, linda. «Escuchar», dijo el padre, orgulloso, y llamó a su cría: «Sáhara, Sáhara». La pequeña alzó la vista y balbuceó con una sonrisa: «Muy bien, muy bien». Todos sonreímos y, por un instante, en esa recién nacida esperanza, en su nombre, reconocimos a un pueblo saharaui que algún día, seguro, se proclamará libre y contento.

 

 
 
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