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Jesus Valencia I Educador Social

Llenar las calles para vaciar las cárceles

Es terrible repasar el listado de quienes, anulados hasta el infinito, decidieron quitarse la vida en la soledad de sus celdas. Si la parafernalia de estas fechas anestesia nuestra sensibilidad hasta el punto de ignorar el sadismo de las cárceles, ¡maldita sea!

Bienvenidos los turrones si reponen las energías que necesitamos para seguir en el tajo; el champán, si con él celebramos desinteresados compromisos; las luces navideñas, si nos ayudan a descubrir espacios opacos como la sordidez penitenciaria que el poder y sus tentáculos tan celosamente ocultan. Encubrimiento calculado para que no se remuevan los sentimientos nobles de las gentes decentes.

Hablo de las cárceles españolas y francesas, atiborradas de pobres y repletas de vascos. Herramienta política con la que ambos estados intentan asfixiar la conciencia de todo un pueblo y la generosidad de sus gentes. Trituradora de ilusiones que no se detendrá en las «angelicales» fiestas que se avecinan y que seguirá chirriando crueldades mientras cantamos villancicos. Presidios españoles y franceses ya homologados con otros de sucia fama: diseñados para que el cautivo no vea la luz ni el horizonte, como los presos de Guantánamo; para que los familiares -antes de las visitas- soporten los desnudos, como quienes visitan palestinos en las prisiones sionistas; para que la población cautiva renuncie a su dignidad, como en la prisión iraquí de Abu Ghraib. Medidas que apuntan hacia un mismo objetivo: humillar a las personas para que las presas y presos pierdan su identidad social, política, familiar... identidad que es el soporte más sólido con que cuenta una persona y que, si se desvanece, conduce a la nada.

Es muy doloroso repasar el listado de cautivas y cautivos que, fruto de tanta iniquidad, han padecido graves trastornos. Es terrible repasar el listado de quienes, anulados hasta el infinito, decidieron quitarse la vida en la soledad de sus celdas. Si la parafernalia de estas fechas anestesia nuestra sensibilidad hasta el punto de ignorar el sadismo de las cárceles, ¡maldita sea!

Los estados no han conseguido doblegar a los presos ni nosotros rescatarlos. Aquellos incrementan la represión pero las cárceles siguen siendo un ejemplo de dignidad y coherencia. Parte de la sociedad vasca derrocha tanta generosidad que roza lo épico: millones de kilómetros recorridos para no faltar a la cita penitenciaria; vidas generosas perdidas en viajes impuestos; concentraciones semanales que sobreviven a las inclemencias climáticas y policiales; ingentes cantidades de dinero desembolsadas a diario; la histórica huelga de hambre que, durante más de un año, se desarrolló en el Buen Pastor; ocurrentes iniciativas populares desplegadas en mil escenarios y bajo mil amenazas; marchas de denuncia por Europa; resoluciones y acuerdos institucionales en contra de la dispersión... Largo despliegue de energías y de riesgos que sigue resultando insuficiente. Somos muchos pero necesitamos ser más.

Hace días formulaba Philippe Bidart una pregunta contundente: «¿Cómo vamos a construir una nación si no conseguimos liberar a nuestros presos?». Las múltiples movilizaciones de estas fechas debieran responder a la pregunta. El 2 de enero espero sumergirme en el gigantesco tsunami solidario que inundará Bilbao. Nuestro pueblo -aparcando diferencias- volverá a llenar las calles para defender a sus presas y presos.

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