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Noticias desde los Balcanes

Con la atención de los grandes medios situada en otros escenarios, dos importantes noticias que conciernen a los Balcanes y a Europa han pasado desapercibidas estos últimos días. Por un lado, este pasado fin de semana alrededor de 10 millones de ciudadanos europeos, concretamente serbios, montenegrinos y macedonios, han recuperado el derecho a transitar libremente por el resto del continente al eliminarse las trabas que, en forma de visas, les impedían o dificultaban la entrada en la Unión Europea. Por otro lado, tras la firma del documento que concreta la petición de adhesión de Serbia a la UE, mañana el presidente serbio, Boris Tadic, se desplazará a Estocolmo para entregar esa petición al primer ministro sueco Fredrik Reinfeldt, presidente de turno de la UE.

Ambos hechos suponen una victoria diplomática importante, especialmente para el Gobierno de Belgrado. Pero, sobre todo, suponen una buena noticia para esos 10 millones de ciudadanos que recuperan algunos derechos perdidos como consecuencia del terrible conflicto que padeció la región durante la última década del siglo pasado. Independientemente de la opinión que se tenga sobre el actual conglomerado institucional europeo, es evidente que los Balcanes, y muy especialmente Serbia, son parte central de Europa y que la restitución de esos derechos para sus ciudadanos es positiva.

Lo que no impide reflexionar que, debido a las políticas socioeconómicas de los últimos años, gran parte de esa población no tiene cómo subsistir, con lo cual sus hipotéticos viajes a Europa son la última de sus preocupaciones. En definitiva, se confirma la inmersión y homologación de Serbia dentro del modelo socioeconómico europeo. La responsabilidad de esta situación corresponde a sus promotores, desde Belgrado hasta Bruselas. Pero la izquierda no puede situarse al margen de esa deriva. Anclada en una nostalgia histórica que niega la realidad, la izquierda tradicional se inhabilita como agente de cambio. Asimismo, la socialdemocracia está instalada en un «realismo» perverso que niega la historia a costa de priorizar el presente capitalista. Mientras tanto, los pueblos de los Balcanes necesitan planes de futuro reales.

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