CRíTICA cine
«Donde viven los monstruos»
Koldo LANDALUZE
El cuento de Maurice Sendak en el que se basa esta película entra de lleno en esa fascinante tipología de relatos que abordan, desde una óptica dramática y muy adulta, el doloroso tránsito de la infancia a la edad adulta. Al igual que el “Peter Pan” de James Matthiew Barrie, todas las aventuras que Lewis Carroll imaginó para la niña Alicia, el singular imaginario que cultivó en sus obras el Dr. Seuss o las más recientes aportaciones del imprescindible Roald Dahl, en “Donde viven los monstruos” de Sendak nos adentramos en un armario oscuro y a ratos siniestro para encontrarnos con aquellas pesadillas infantiles que cobran la apariencia de monstruos imposibles. Estas criaturas simbolizan los miedos que acarrea el adiós definitivo a la niñez y el vértigo que supone asumir nuevas conductas que limitarán nuestra pasada libertad y todo ello cobra forma definitiva en esta película de Spike Jonze en la que el espectador asume el rol de un niño que, en un intento por refugiarse de la realidad, ha creado y gobierna un mundo propio. La desbordante fantasía adquiere tintes dramáticos en este relato de iniciación a la vida que plantea un autor tan singular como Jonze. El firmante de “Cómo ser John Malkovich” y “Adaptation” apuesta en esta su tercera película, por un modelo cinematográfico que se aleja de las constantes habituales del género. En el mundo imaginario de Jonze-Sendak no hay cabida para los diseños infográficos, la fotografía es verista, la música incidental de Carter Burwell coquetea con las canciones de Karen O mientras, cámara al hombro, seguimos de cerca los juegos y carreras que se desarrollan entre los árboles.
“Donde viven los monstruos” no es un filme fácil porque a los niños puede resultarles demasiado duro verse reflejados en un estudio sicológico denso y a los adultos puede resultarnos demasiado lejano e inalcanzable el abrazo generoso que nos brindan los gigantescos muñecos de peluche. Quizás, por estos motivos, este filme resulta tan estimulante.
