Cambia la expresión de la cara del cielo, bajan y vuelven a subir desmesuradamente las temperaturas, gotas de lluvia sustituyen a los copos que han llegado a alcanzar el nivel del mar... y nosotros nos asombramos de que todas estas cosas pasen en tan poco tiempo.

Y en esa inacabable sucesión de cambios aparecen paisajes de nubes que nos cuentan cosas sobre lo que va a pasar. Como cuando se amontonan formas nubosas que por su aspecto de rebaño de corderos nos hacen llamar al cielo aborregado o empedrado. Nubes que, como dice el refrán, Cielo empedrado, suelo mojado, traen la lluvia; aunque más bien anuncian su posibilidad.

Su nombre, altocúmulos (Ac), puede llegar a confundirnos y hacernos creer que son nubes altas cuando en realidad reinan en la zona central de la troposfera, con una altura media de su base entre 2 y 7 kilómetros. Su cuerpo está formado por gotas de agua aunque, si la temperatura es muy baja, pueden contener cristales de hielo.

Es una nube que puede aparecer formando una capa blanca o gris, o con ambos colores a la vez, generalmente con sombra propia, de mayor o menor extensión, de diferente espesor... En cualquier caso, los elementos que la componen son similares en forma y tamaño; traslúcidos y como placas o escamas cuando la capa es delgada y como piedras con sombra propia cuando tiene más grosor.

Pueden dar lugar a fenómenos ópticos tan variados como irisaciones en sus bordes, brillantes coronas cuando se sitúan ante el sol o la luna, parhelios o, incluso, columnas luminosas. Aislados y con una presión estable dan lugar a buen tiempo. Si va aumentando y se mezclan con altostratos avisan de la proximidad de un frente y la consiguiente precipitación.