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Eszenak

Un trabajo de fajadores

Josu MONTERO

Escritor y crítico

Nadal, Alonso, Lorenzo o Gasol no cumplen hoy una función muy diferente a la que cumplió en los 60 y los 70 el Morrosko de Cestona. Cada cual refleja nítidamente los fantasmas de su época. José Manuel Ibar, aquella España terminal y por eso épica en un tristísimo blanco y negro. Nuestros atletas del presente, la España desmemoriada, aburrida y excitada por el ruido constante de las palabras y por el brillo del oropel mediático, volcado en las glamorosas hazañas bélicas de sus héroes. Cambian los seres humanos, permanecen las costumbres.

Urtain era un perdedor -a la postre, tras la fugaz inmortalidad de los flashes, todo héroe lo es-, y por eso es carne de tragedia. Cuanto más alto elevamos a los héroes, más dura es la caída; y la de Urtain, además de metafórica ,acabó siendo real: estrellado contra el asfalto. Animalario coloca, claro, esta tragedia absoluta y grotesca en un cuadrilátero. El cuadrilátero es un espacio dramático. Y es también un espacio escénico recurrente: la lucha por la vida; uno contra otro; uno contra todos; uno contra sí mismo. Recuerdo una salvaje «Hedda Gabler», de Ibsen, sobre la lona del cuadrilátero; y también una «Vida y muerte de Pier Paolo Pasolini», de Michel Azama, con Adolfo Fernández como vibrante Pasolini. Uno contra todos. Uno contra sí mismo.

Escrita por Juan Cavestany, dirigida por Andrés Lima y protagonizada por Roberto Álamo, «Urtain» ha triunfado allá por donde ha pasado. Llenó tres días en el Victoria Eugenia donostiarra, y llegan a Bilbo para cerrar el año del Arriaga desde Barcelona, donde han hecho setenta y cinco funciones seguidas. Roberto Álamo es un actor todoterreno, presente en casi todos los montajes de Animalario, pero siempre más o menos en un segundo plano hasta este primer protagonista, un papelón que será carne de premios. «En el cine o en la televisión la parcela de libertad es muy pequeña porque detrás hay unos intereses económicos muy grandes; en el teatro sin embargo la parcela de libertad se ensancha», afirmó.

«En el cine todo está controlado, pero en el teatro todo el riesgo te pertenece a ti. A pesar de ello en el teatro entro en la paz y en el cine entro en la guerra», dijo Charo López cuando le concedieron hace unos meses la Medalla de Oro de las Bellas Artes mientras andaba de acá para allá, como siempre, con la última obra de Ariel Dorfman, «El otro lado». «Yo apuntaba a ser una persona ordenada y cabal y mira cómo he terminado», exclamaba en una entrevista, y terminaba rotunda: «Cuando comencé a hacer teatro universitario me di cuenta cuánto me aliviaba aquello. Por eso sigo». Otra actoraza fue también premiada hace unas semanas con el Premio Nacional de Teatro, Vicky Peña. «En el teatro hay que hacer una labor de hormiga, carece de la inmediatez de la televisión o del glamour del cine. Es un trabajo de fajadores, de pelea diaria», aseguró. ¡El ring escénico otra vez! Vicky Peña es hija de actores -y sus hijos llevan los teatrales nombres de Miranda y Orestes- y, sin embargo, trabajó varios años de enfermera en un hospital. «Alejada de ese mundo que había mamado fue cuando vi claro lo que quería hacer de mi vida. El teatro es capaz de despertarte los sentidos. Los actores somos quienes a través de la palabra tenemos que hacer que el espectador se emocione».

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