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Mikel Noval I Responsable del área social de ELA

Copenhague: peor de lo esperado, que era malo

La Cumbre oficial ha sido el reducto de quienes no quieren que cambien las cosas. La falta de democracia ha quedado patente al dejar fuera a mucha gente por motivos ideológicos

La Cumbre de las Naciones Unidas, celebrada en Copenhague del 7 al 18 de diciembre, ha sido un rotundo fracaso. Los gobiernos reunidos en la misma no han estado a la altura.

Han pasado 17 años desde que en Río de Janeiro se aprobó una declaración, en la que se resaltaba la necesidad de acuerdos internacionales que obligasen a los gobiernos a tomar medidas para evitar que la actividad humana choque frontalmente con los límites de los recursos naturales.

También han pasado 12 años desde que se aprobase el protocolo de Kyoto que, con sus grandes limitaciones, conllevó el compromiso vinculante de una parte de los países industrializados para reducir las emisiones de Gases de Efecto Invernadero (GEI). Los GEI están provocando el calentamiento global, con graves consecuencias sociales y medioambientales (aumento de pobreza, migraciones, desertificación, proliferación de fenómenos meteorológicos extremos, etc.). Existe un consenso científico sobre la necesidad imperiosa y urgente de reducir drásticamente la emisión de estos gases ya que, de lo contrario, peligra el futuro del propio planeta Tierra.

Los gobiernos sabían desde hace años que en diciembre de 2009 se celebraría la cumbre de Copenhague, en la que se debía acordar un tratado internacional que recogiese los compromisos de cada estado en cuanto a las limitaciones de las emisiones de GEI y a la financiación a los países en vías de desarrollo para poder adaptarse al cambio climático y la introducción de tecnologías.

Esto es lo que debería haberse resuelto en Copenhague. Sin embargo, los gobiernos no habían hechos sus deberes previamente. Se llegó a Copenhague sin haber llegado previamente a ningún acuerdo. Y el 18 de diciembre, cuando la cumbre finalizó, las cosas estaban igual que al principio. O incluso peor, ya que si en Copenhague no se ha avanzado, ¿quién puede esperar que en el corto o medio plazo las cosas mejoren?

En Río se hablaba de la necesidad de un marco internacional. Si algo ha quedado claro en Copenhague es que muchos gobiernos, como el de Estados Unidos, no quieren obligaciones internacionales que cumplir, mientras que otros, como la Unión Europea, las aceptan si no les obliga a ir más allá de lo que ellos ya han acordado. Lo ocurrido en Copenhague muestra que para muchos gobernantes los espacios internacionales no son más que meros foros mediáticos en los que exhibirse. Para esto, obviamente, estas cumbres están de más.

Existe un fuerte movimiento social que demanda que los gobiernos tomen compromisos y medidas para cambiar radicalmente el sistema económico y social. La crisis climática que sufrimos es una muestra más del fracaso y de las enormes incoherencias del sistema capitalista en el que nos movemos. Si algo positivo hay que destacar de lo ocurrido en Copenhague es la masiva participación y el nivel de propuesta que han mostrado las organizaciones sociales participantes en el Foro Social (Klimaforum).

En los debates del Foro y en las movilizaciones internacionales celebradas, se ha puesto en evidencia que hay muchas organizaciones comprometidas con los objetivos teóricos de la Cumbre, que defendíamos las medidas que todo el mundo sabe que hay que llevar adelante.

Por el contrario, la Cumbre oficial ha sido el reducto de quienes no quieren que cambien las cosas. La falta de democracia ha quedado patente al dejar fuera a mucha gente por motivos ideológicos. Cada día se añadían nuevas restricciones para las organizaciones sociales. Mientras, la representación de las empresas no ha tenido ningún problema para acceder ni para convertir el Centro de Convenciones en un lugar de publicidad y de cerrar negocios.

Los Gobiernos de la Unión Europea, todos ellos, han admitido verdaderos atentados a los derechos humanos: a las limitaciones señaladas cabe añadir las miles de detenciones «preventivas» o la eliminación del habeas corpus. En Dinamarca se ha aprobado un estado de excepción, lo que muestra, entre otras cosas, el deterioro democrático de la Unión Europea. Una muestra de la irracionalidad que esto supone es la detención, encarcelamiento y graves acusaciones realizadas a Juantxu López de Uralde, de Greenpeace, por colarse en una cena oficial con una pancarta, en un acto pacífico de desobediencia civil.

Copenhague ha sido una ocasión perdida para intentar parar el calentamiento global. Nos ha mostrado la alianza existente entre los poderes político y económico, así como la necesidad de que presionemos y nos movilicemos para exigir el cambio de modelo necesario. Éste es el reto que tenemos en los próximos meses.

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