Además de con un buen aguinaldo, Juan Martínez de Irujo completó un curso casi perfecto con un máster en competitividad y en poderío físico al imponerse por 22-16 a Aimar Olaizola en una final del Masters con aroma a manomanista. Utilizando un símil futbolístico, se puede decir que el de Ibero ha emulado al Barcelona -aunque fallara en el cuatro y medio- y nadie osa ahora mismo a cuestionar su superioridad.

Porque pese a calarse las dos txapelas más importantes de la temporada, el de Ibero sigue aprendiendo y trabajando y, si en el único fiasco del año se le echó en falta algo más de solidez y de dureza mental en una final que tuvo en la mano, ayer sí hizo gala de esa fortaleza en un partido que se le puso muy cuesta arriba.

Desventaja inicial

Porque entre dos pelotas que estrelló en la chapa y otras dos que se le escaparon al colchón de arriba, Aimar Olaizola cogió una renta de 2-8 que si ya es difícil de remontar ante cualquier otro rival, ante el de Goizueta, que estaba para jugar, se antoja prácticamente imposible.

A pesar de que el momento no es el idóneo, los protagonistas del clásico magnificaron un torneo que va consolidándose con un partido que poco tuvo que envidiar a uno jugado en junio. Es verdad que ahora mismo el golpe de ambos no es tan fresco, pero por lo demás la final tuvo de todo, duelo táctico en los saques -con continuas miradas para ver si alguno se adelantaba-, remates de todos los estilos, voleas y sotamanos -incluso en el resto de un saque- espléndidos y emoción hasta el final.

Con el 2-8, lo fácil podía haber sido dejarse llevar, pero el ambiente no lo permitía y Juan Martínez de Irujo se vino arriba, gracias a su acierto en el remate al resto de Aimar Olaizola.

No obstante, el de Goizueta parecía más entero físicamente en el 14-15, pero tras un descanso se desató el huracán Martínez de Irujo y la última txapela del año también viajó a Ibero con todo merecimiento.