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Lo que quiere secuestrar Rubalcaba

Ramón SOLA

Una tertuliana confesaba ayer que no se sentía capaz de meterse en una cabeza tan compleja como la de Alfredo Pérez Rubalcaba y entender por qué ha decidido lanzar esa hipótesis. Su actuación en Erandio resultó tan inusitada que las lecturas han sido muy diversas, incluso «exóticas» según palabras del propio ministro del Interior.

Por citar sólo algunas, hay quienes entienden que Rubalcaba sólo ha pretendido mantener alerta a los sectores amenazados, al observar un cierto relajamiento tras varios meses sin atentados, y añaden que el ministro sabrá por qué lo hace precisamente ahora y no hace sólo unos días, cuando el PSOE restó peso a informaciones que hablaban de posibles atentados de ETA contra el discurso real en ETB. Este sería un móvil de carácter policial.

Para otros muchos, por contra, en realidad su intención es política: intentar incidir en la recta final del debate de la izquierda abertzale con un aviso de carácter preventivo. Hay quienes entienden que sólo ha pretendido ponerse la venda antes que la herida, por si acaso. También están los que creen que lo que busca en realidad es torpedear iniciativas hacia la unidad de acción independentista, creando dudas en los sectores más timoratos a la hora de acercarse a la izquierda abertzale. E incluso se formulan interpretaciones más livianas aún, como la de Joseba Egibar, que dijo ayer que el PSOE ha decidido sacar de nuevo a la mesa la cuestión de ETA para tapar los malos resultados del Gobierno de Patxi López. O la de quienes creen que sacó de la chistera el conejo del presunto secuestro para ocultar que la Ertzaintza seguirá sin estar en Schengen.

Muchas de esas lecturas son posibles, razonables e incluso compatibles. Efectivamente, la cabeza de Rubalcaba da para todo eso y para más. Y más aún, cuando juega en casa por varias razones: a) los medios no van a cuestionar la advertencia policial de alguien que es el máximo responsable policial, el «poli-poli» por excelencia, siguiendo su terminología; b) nadie va a desmentir algo que, al fin y al cabo, sólo se formula como mera hipótesis; c) si se cumpliera algún día, Rubalcaba dirá que ya lo avisó; y si no se cumpliera, ¿quién se va a acordar? ¿quién se lo va a reprochar? ¿quién le va a negar que fue precisamente su aviso lo que lo frustró? Es la ventaja que tiene ser ministro del Interior en un país como éste, en que pese a su falta de resultados objetivos Rubalcaba sigue siendo el mejor valorado del Gobierno.

Lo que Rubalcaba ha querido provocar, en resumidas cuentas, sólo él lo sabe, del mismo modo que sólo ETA sabrá qué va a hacer. Pero hay cosas que no son hipótesis válidas para múltiples interpretaciones, sino datos objetivos que sólo admiten una lectura. Por ejemplo, que en la izquierda abertzale hay un debate de gran importancia cuyo alcance reconoce a día de hoy hasta el ministro de Interior español. Y tambiés es indudable que Rubalcaba lleva dos décadas sembrando de cizaña los caminos hacia la solución. Estuvo en el Gobierno de González en los tiempos de la guerra sucia declarada, y está en el de Zapatero, que mantiene la misma estrategia de fondo con otras formas más «embellecidas» según su argot.

Rubalcaba lleva meses de guerra sucia para intentar secuestrar la inicitiva de la izquierda abertzale, primero amenazando con no legalizarla nunca, después intentando hacerle el vacío con un estrecho marcaje a PNV y Aralar, y ahora prediciendo atentados (tras el episodio, aún no explicado, de Leitza). Atentados «compatibles con una situación de debate interno», lo nunca oído a un ministro del Interior.

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