El presidente del Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, intentó ayer por la mañana mitigar las críticas hacia Alfredo Pérez Rubalcaba admitiendo que sus profecías «responden a una estrategia en la lucha contra el terrorismo», aunque prefirió no desvelar en qué consiste dicha estrategia. Por la tarde llegaba la noticia de que la manifestación por los derechos de los presos políticos vascos y de sus familiares, convocada para éste próximo sábado en Bilbo, había sido prohibida por la Audiencia Nacional. No se entiende entonces el secretismo de Zapatero. Esa es su estrategia: violar primero unos derechos -los de los presos en este caso- y prohibir luego que se denuncie dicha violación, aunque la denuncia provenga de una mayoría social clara. Porque en el fondo lo que el Estado español no asume es que en él existen sociedades, naciones distintas de la española. Y ésa es la fuente de sus principales conflictos, lo que su estrategia intenta negar, no solucionar.

Hay una mayoría social que en el caso de Euskal Herria había apoyado esa manifestación, prohibida ahora por un tribunal especial a instancias de un lobby ultraderechista que se rige por la sed de venganza. Esos son algunos de los medios que utiliza este Ejecutivo para llevar a cabo su estrategia. Algo que, lógicamente, no hace sino afianzar las convicciones de esa mayoría social que en estos últimos meses ha demostrado que no piensa seguir permitiendo humillaciones.

Por otro lado, quienes en este momento exigen unilateralidad al resto y sólo miran a un vértice del conflicto político deberían reflexionar sobre la verdadera naturaleza del mismo. Por ejemplo, cuando se sorprenden de que Pérez Rubalcaba hable de secuestro, lo primero que deberían recordar es que hay un ciudadano vasco, Jon Anza, desaparecido hace más de ocho meses. Y que, en el fondo, la manifestación de Bilbo quiere denunciar que los vascos son tratados en las cárceles españolas y francesas como reos de Estado.