La prensa de derechas europea tiene a sus críticos de cine para desautorizar a Michael Moore, quien, sin embargo, ha conseguido en los EE.UU. un poder concienciador que intimida a los antiguos partidarios de Bush que no quieren perder su influencia en la política del país. A ellos, precisamente, señala con el dedo acusador en «Capitalismo: una historia de amor» como los culpables de la mayor crisis económica de la historia moderna, únicamente comparable con el Crack del 29.

Durante el rodaje de su nuevo documental se cumplían los veinte años de «Roger&Me», su ópera prima dentro del género. Por eso, Michael Moore regresa con su padre, que fue trabajador de la General Motors en Flint (Michigan), para contemplar lo que ha quedado de la factoría en su ciudad. Persiguiendo el fantasma del paro y la reconversión se animó en aquel entonces a rodar acto seguido «The Big One», con la que empezaba su particular acoso al empresariado. Una labor continuada ahora con «Capitalismo: una historia de amor», siendo los banqueros los que reciben esta vez la incómoda visita del reportero dispuesto a denunciar sus abusos.

Lo que ha cambiado durante el tiempo transcurrido es que Michael Moore ha alcanzado una fama que le precede allá a donde va, por lo que los entrevistados se ponen en guardia y se niegan a responder a sus preguntas inculpatorias. Ya no caen en la trampa y tienen mucho cuidado de no dejarse retratar tal como son, así que el documentalista número uno debe de recurrir a otras acciones más testimoniales, entre las que se encuentra el precintado de bancos. La imagen de estos amurallados gigantes de la economía mundial es contrastada con la de los pequeños inversionistas que han perdido todos sus ahorros, reflejando así cómo el neoliberalismo pasa del infinito al cero con unos efectos debastadores para la clase media mucho mayores que los del Katrina y todos los huracanes juntos.