Ahora que se llevan tanto las celebridades me viene al recuerdo una... meteorológica, claro. Se trata de la famosa gran ola de frío que durante el mes de febrero de 1956 sacudió Europa.

Una ola de frío es considerada como tal cuando irrumpe un frío intenso sobre un amplio espacio geográfico, con temperaturas inferiores a las normales para la época, capaz de persistir como mínimo dos días, y de producir grandes nevadas y heladas. Esto, en nuestras latitudes, es algo que puede ocurrir entre noviembre y principios de abril, aunque se repite con mayor frecuencia en los dos primeros meses del año.

Prepárense, decían las previsiones meteorológicas el martes pasado. Un anticiclón se va a colocar al norte de la Península y va a unir sus fuerzas a las de una borrasca situada sobre el Golfo de Génova. Juntos van a abrir un pasillo del noreste por el que una bolsa de aire gélido se va a colar hasta el mismo Mediterráneo.

Su intensidad marcará su futura celebridad, aunque viene con retraso. Entre tanto, nos va a obligar a recordar que puede ser un peligro para la salud, los transportes y las actividades al aire libre. En particular las que se pueden realizar en las áreas montañosas, donde las condiciones de altura se desplazarán hasta lugares mucho más bajos.

¿Qué tipo de medidas habría que tomar para disponer de una correcta autoprotección? Sería conveniente que evitáramos el exceso de calefacción, los contrastes fuertes de temperatura, las exposiciones prolongadas al frío y al viento, la ropa húmeda, las bebidas alcohólicas... Y procuráramos cubrirnos adecuadamente las manos y la cabeza cuando estemos expuestos al frío, llevar un buen calzado, tomar bebidas calientes, informarnos del estado de las carreteras antes de salir o llevar el móvil cargado.