Fermín Gongeta I sociólogo
Las saturnales del reino
Los romanos celebraban el solsticio de invierno en las Saturnales, unas fiestas que, entre otras, tenían la particularidad de intercambiar, siquiera por unos días, los papeles de amos y esclavos. Sirve al autor del artículo esta mirada al pasado para reflexionar sobre el concepto moderno de esclavitud, claramente expuesto a través de la crisis económica que azota nuestro entorno y cuyos estragos están siendo sufragados por las clases más desfavorecidas. Con todo, para Fermín Gongeta, el origen de la crisis hay que buscarlo más allá de lo económico, «en el desprecio que soportamos los ciudadanos, convertidos de nuevo en súbditos». Súbditos, esclavos.
El día 21 de diciembre se produjo el solsticio de invierno. En el hemisferio norte fue la noche más larga del año. El sol se situó en el punto más bajo del horizonte. A partir de ese instante, las noches vienen siendo más cortas. La luz va ganando terreno a la oscuridad. Decimos que «los días» empiezan a ser más largos.
En la antigua Roma, el solsticio de invierno se celebraba durante siete días. Eran las fiestas Saturnales, entre el 17 y el 24 de diciembre, celebrando el incremento de luz. Para una sociedad agrícola cuya supervivencia depende de los cultivos y cosechas, la vuelta del sol y su mayor permanencia es una cuestión de vuelta a la vida. El sol fecundará de nuevo la tierra. El fin del invierno se ha iniciado.
Las Saturnales eran las fiestas en honor de Saturno, dios del crecimiento, de las sementeras y del vino. Era uno de tantos dioses, pero un dios de naturaleza terrestre madurada por la exclusión del poder, destronado por su hijo Júpiter y reducido a la condición de simple mortal. Saturno gobernó en el Lacio y lo hizo restableciendo la igualdad, sin que nadie estuviera al servicio de otro y haciendo que todas las cosas fueran comunes. Las fiestas Saturnales se celebraban en Roma para recordar aquella edad feliz en que se presentaba a Saturno como el bienhechor de los hombres, del mundo agrícola, del origen de la vida.
En aquella Roma, al pueblo no se le pedían actos de fe, sino que simplemente se vivían los ritos. Rito del acompañamiento a las diferentes etapas de la vida, a las estaciones del año. No había ni libro santo ni guerra santa. Únicamente manifestación de la vuelta a la vida.
Entre el 17 y el 24 de diciembre, en Roma se invertía el orden de las cosas. Era la fiesta de la libertad reencontrada para todos. Las diferencias sociales desaparecían y se invertían los papeles jerárquicos. Durante un tiempo, los esclavos se convertían en señores y los amos les servían en los banquetes festivos. Era la manifestación del ansia del derrocamiento del poder. Su premonición.
El gorro «pileo», el emblema de la libertad que se colocaban los esclavos ya libertos, se lo encasquetaban todos durante esos días y los esclavos eran dispensados de sus trabajos. Durante estos días gozaban de libertad, del privilegio de hombres libres, con grandes celebraciones. La premonición de la vuelta a la vida, el final del insaciable aumento de la oscuridad de la noche, con el incremento de la luz y el calor del sol.
Sabían que al cabo de doce días hasta los bueyes notarían que «los días» habían alargado. «Idiak ere igarten dabe».
Lo de las Saturnales viene a cuento, porque... en un reciente mensaje de Fidel Castro al presidente de la República Bolivariana de Venezuela (Argenpress, 15/12/2009) escribía lo siguiente:
«Ningún minuto de la historia es igual a otro; ninguna idea o acontecimiento humano puede ser juzgado fuera de su propia época. Tanto tú, como yo, partimos de conceptos que fueron evolucionando a lo largo de los milenios, pero tienen mucho de común con la historia lejana o reciente en la que la división de la sociedad en amos y esclavos, explotadores y explotados, opresores y oprimidos fue siempre antipática y odiosa. En la época actual constituye la mayor vergüenza y la principal causa de la infelicidad de los seres humanos. Cuando la productividad del trabajo, apoyada hoy en la tecnología y la ciencia, se multiplicó por decenas y en algunos aspectos cientos y hasta miles de veces, tales y tan injustas diferencias debían desaparecer».
Este texto me ha hecho pensar en las saturnales del Reino de España. En cómo los magnates centrales y autonómicos nos quieren hacer celebrar estas fiestas del solsticio invernal, siguiendo las nefastas directrices de los grandes monopolios del planeta, tanto los políticos como los religiosos y económicos. El fenómeno astral se repite idéntico a lo largo de los siglos, mientras que los conceptos de democracia y de respeto a los derechos humanos van sufriendo vaivenes, muy pocos avances y enormes retrocesos en el mundo.
¡Que no se burlen de nosotros! La crisis actual es en origen, más una bancarrota de democracia, de participación ciudadana y de control político que un socavón puramente económico. La crisis de las instituciones financieras ha sido promovida por el robo y la falta absoluta de control de la parte de los gobiernos, pretendidamente democráticos. Eso no les impide que la denominada crisis la estén pagando y la sigamos pagando los más desfavorecidos.
Aún así, el origen de la crisis está en un lugar más profundo; en el desprecio que soportamos los ciudadanos, convertidos de nuevo en súbditos. Nos eliminaron el calificativo de esclavos al mismo tiempo que nos retiraban, siempre a los más desposeídos, el derecho de comportarnos como hombres libres, de llevar con la cabeza alta las fotografías de hijos parientes y amigos.
Porque ¿acaso no es esclavitud que pretendan cachear desnudos a los familiares de nuestros presos políticos vascos, y que ellos se vean obligados a negarse a salir de las celdas, como medida de protesta para que dejen de manosear y humillar a sus más allegados?
¿No es señal de opresión y desprecio, el que cada año mueran más de 100 personas en Euskal Herria en accidentes laborales; el que 125.000 personas no puedan acceder a una vivienda digna mientras que existen 250.000 viviendas infrautilizadas; que se esté mercantilizando la enseñanza y se estén privatizando paulatinamente los servicios públicos? ¿No es esclavitud la existencia de casi 169.000 personas en paro en Euskal Herria?
¿Cómo denominaríamos a la mayor redada de los últimos años, los 34 detenidos en la operación de castigo contra los jóvenes de la izquierda abertzale? ¿No es esclavitud?
¿No lo es la destrucción del derecho a la palabra, a la información, a la opinión; el cierre de «Egin», «Ardi Beltza», «Egunkaria», las torturas infligidas a sus directivos y a todos los detenidos por las Fuerzas de Seguridad del Estado? ¡Qué perseverancia, qué tenacidad, constancia y animadversión es preciso que alberguen las entrañas de jueces, magistrados, policías, guardia civiles, gente del Gobierno y derecha tramontana española y vascongada!
Celebrando este solsticio de invierno, olvidando un instante nuestra insignificancia, gastaremos el dinero que nos dejen, hasta donde podamos y nos lo exija nuestra condición de esclavos, de hombres de la gleba, de abertzales oprimidos.
Pero ya que nuestros señores y dueños, no nos conceden el grado de libertos, ¡nos manifestaremos contra todo esto una y otra vez! Porque en las Saturnales, a los esclavos romanos les trataban mejor.