Helen Groome Geógrafa
Apuntes del diario de Malen
Ayer por la noche tuve un sueño diferente... En él, el mundo se volcó con la población de Haití. La situación era ya tan dramática e insoportable que hasta las personas más insensibles se sintieron conmovidas
Día 11 de enero de 2010: Llegué por fin a Haití. Mi mundo se derrumba. No podía imaginar tanta desolación... escuelas en ruinas, hospitales sin apenas personal médico ni medicamentos, más personas deambulando por las calles sin rumbo ni esperanza de lo que podía imaginar, todas con las mismas preguntas en sus ojos: de dónde vendría su siguiente comida, de dónde la medicina que necesitaban, si llegarían a sentirse seguras alguna vez. En el campo no veía más que pequeñas parcelas de cultivo en un mar de tierras inertes y desarboladas... Mañana será otro día, pero hoy me he asomado al borde del abismo. ¿Cómo puede el resto del mundo abandonar un país así?
12-1-2010: La desolación de ayer se convierte en el infierno de hoy. La situación es dantesca, caótica, catastrófica, no tengo ni palabras ni estómago para esto. Me he salvado del terremoto y estoy viva. Es suficiente, pienso cuando veo lo que mis ojos me transmiten. No puedo escribir más.
19-1-2010: Todas las noches tengo pesadillas con voces llamándome desde los escombros y escombros cayéndome encima... no he tenido valor suficiente para escribir mi diario, ya que los días también son de pesadilla. Pero ayer por la noche tuve un sueño diferente, parece lo que lo más hondo de mi alma reclama... En él, el mundo se volcó con la población de Haití. La situación era ya tan dramática e insoportable que hasta las personas más insensibles se sintieron conmovidas y empezó a llegar ayuda.
La primera ayuda procuraba suministrar comida al pueblo hambriento, con sensibilidad y sin ánimo de lucro, aportando alimento apropiado y sin utilizar Haití para deshacerse de alimentos viejos y rechazados por las poblaciones del Norte. La solidaridad se enfocó hacia procurar proveer los medios que el propio pueblo pedía para mejorar y cultivar las tierras. Del campesinado de todo el Caribe llegaron semillas directamente a las familias campesinas de Haití, sin paquetes tecnológicos, impuestos ni patentes.
Llegó personal de enfermería con medicamentos básicos para curar los males y aliviar los dolores. Pero también se formaron personas de Haití para permitirle al pueblo curarse a sí mismo en el futuro y se garantizó que los equipamientos de los hospitales se ajustasen a las necesidades del propio pueblo y no se llenasen con sofisticados instrumentos cuyo envío solo permitía que algunas empresas ganasen un bonito dinero a costa de las y los contribuyentes del país de origen.
Se construyeron colegios a los que llegaron lápices, libros y juguetes que niños y niñas de colegios de muchos países del mundo entero habían recolectado para sus compañeros y compañeras de clase en Haití. También la solidaridad procuraba que se trabajara para que los y las maestras fuesen en poco tiempo personas de Haití, que conocían bien el pueblo y qué necesidades docentes tenían sus poblaciones infantiles y adolescentes.
Era sólo un sueño, pero quiero que conste en mi diario porque es el sueño también de la mayor parte de las personas de este mundo.