Análisis | Victoria de la derecha en Chile
Clarificación del escenario político
La victoria de Sebastián Piñera va a suponer el regreso de la derecha más rancia y conservadora al Gobierno, pero no al poder, que nunca había abandonado gracias a los pactos y alianzas de los líderes de la Concertación con los militares y sus aliados políticos.
Txente REKONDO Gabinete vasco de Análisis Internacional (GAIN)
Los días previos a las elecciones se ha desatado un serio debate en el país, sobre todo entre las fuerzas de izquierda, en torno a la conveniencia o no de apoyar al candidato de la Concertación, el democristiano Eduardo Frei. Si en la primera vuelta la distancia de Sebastián Piñera era considerable, en días previos a la votación Frei estaba logrando apoyos, como el de Marco Enrí- quez-Omiani o el del Partido Comunista de Chile, lo que prometía un desenlace muy ajustado. Y así ha sido.
Buena parte de la izquierda en torno al PC chileno argumentaba que la opción de Frei era un «mal menor», y que acudían a votarle con «mucho asco», y algo parecido debió pensar Enríquez-Omiani cuando pidió a sus seguidores que apoyasen al democristiano. Sin embargo, en la línea de la idoneidad o no de apoyar al candidato de la Concertación, otras fuerzas de izquierda apostaban claramente por el voto nulo o la abstención.
Para ello, recordaban que los cuatro gobiernos anteriores de la Concertación han incumplido sus propias promesas electorales y los pactos con otras fuerzas políticas, y además se ha puesto el dedo en la llaga al señalar el verdadero papel que ha jugado ese conglomerado político que ha llevado a la «desconcertación» a buena parte del pueblo chileno.
Los pactos y negociaciones de los dirigentes de la Concertación con los militares y sus aliados políticos han sido claves para el devenir político de Chile. La principal misión de esa alianza política ha sido asentar el proceso de la transición diseñado por el propio Pinochet.
Cuando algunos analistas, por desconocimiento o ignorancia, señalan «el regreso de la derecha al poder», están cometiendo un craso error. Tal vez se haya materializado la vuelta de la derecha más rancia y conservadora al gobierno, pero no hay que olvidar que ésta nunca ha abandonado el poder.
La realidad institucional chilena es el fruto de un pacto entre la derecha pinochetista y la Concertación, y ese acuerdo significó la «institucionalización» del proyecto pinochetista a través de una «transición», donde los pilares básicos diseñados por el carnicero general sustentan esa realidad a día de hoy.
Además, se suele caer en otro error de bulto, al calificar a la propia Concertación como una alianza de «centroizquierda». Si bien es cierto que en su seno conviven democristianos, socialistas, liberales o radicales, no es menos cierto que la unión se ha sustentado en un vacío absoluto de cualquier ideología y ha privado al proyecto de una identidad política propia. Al contrario, su quehacer diario se ha diluido en una especie de política neoliberal, que finalmente le ha pasado factura. Por lo general, el electorado acaba prefiriendo la propuesta original (la derecha conservadora) a una fotocopia de la misma (la Concertación).
Esa desideologización, unida al apoyo a una transición dirigida por las fuerzas reaccionarias, son parte importante en el debe de la Concertación. Pero, además, si se realiza un breve repaso a la actuación concreta en algunos campos de la realidad chilena podemos comprobar que el papel jugado por la Concertación no obedece ni de lejos a una política progresista, ni siquiera de «centroizquierda».
A finales de los ochenta negoció el blindaje de la Constitución de Pinochet, posteriormente ha mantenido el sistema electoral diseñado por los militares, que posibilita una representación institucional no muy democrática, tampoco ha variado la legislación en torno al cobre, que pone en manos de las industrias transnacionales la riqueza del país, y otro tanto cuando se trata de afrontar el sistema educativo, cada día más en línea con el modelo neoliberal del mercado.
Mientras que el futuro de la Concertación se presenta bastante complejo -hay quien ya ha manifestado que esa experiencia está agotada-, la derecha se apresta a ocupar «democráticamente» el salón presidencial de la Moneda, el mismo que bombardeó en setiembre de 1973 y que durante años ocuparon los gorilas de Pinochet.
A partir de ahora el panorama chileno no va a cambiar sobremanera. No obstante, se acentuará la situación impuesta por el dictador, manteniéndose la actual Constitución; poniendo más trabas si cabe a cualquier mejora laboral; tal vez osando promulgar una amnistía para todos los milicos represores; continuando el camino de la privatización del cobre; masacrando con total impunidad al pueblo mapuche (también el Gobierno de la Concertación)...
Se puede prever también un cierto realineamiento de la derecha, y si en torno a Piñera encontramos un abanico de fuerzas políticas conservadoras, e incluso pinochetistas, el fracaso de la Concertación puede hacer que la Democracia Cristiana gire hacia posiciones más conservadoras, más en línea con su propia ideología.
En cuanto a la izquierda no pactista, tal vez sea el momento de «empezar de cero» y aglutinar en torno a un proyecto político transformador a esos colectivos que siempre han sido marginados del poder y que cuantitativamente tienen mucho que decir. Los trabajadores, los estudiantes, los pueblos originarios, los pobladores, los parados, los jubilados, los que no pueden pagar la vivienda... tienen ante sí un importante reto que debería materializarse en el futuro.
En torno a un programa que afronte al reforma educativa, que recupere la propiedad de la riqueza del país (cobre, agua), que cubra y potencie los derechos laborales y los de los más desfavorecidos, que convoque una Asamblea Constituyente para acabar con la Constitución del dictador y cambie de una vez por todas el injusto sistema electoral, que reconozca el derecho de autodeterminación para los pueblos originarios... Por ese camino el cambio podrá asomarse en Chile.
Y no conviene perder de vista la importancia de las elecciones chilenas en el marco de la actual situación en Latinoamérica. El auge de gobiernos reaccionarios, a través de las urnas (Perú, Colombia) o de golpes de estado (Honduras) suponen un serio peligro para que proyectos como el ALBA sigan adelante. Los gobiernos que oscilan entre una u otra posición (Uruguay, Argentina, Brasil...) o que mantienen una puerta abierta al proyecto bolivariano de la Patria Grande (Nicaragua, El Salvador, Paraguay, Ecuador...) pueden sufrir en los próximos meses grandes presiones para aislar a Cuba, Venezuela y Bolivia.
Las elecciones de Argentina y Brasil serán un importante indicador del rumbo que tome Latinoamérica en los próximos años y serán una muestra de hacia donde se desplaza la balanza del continente.