Ernesto Carmona periodista y escritor
¿Qué pasó en Chile?
El periodista y escritor chileno analiza los recientes resultados electorales en Chile y los motivos por los que el voto popular ha castigado a la Concertación, lo que ha dado lugar a la victoria de la derecha y a que regresen al país los ecos del fascismo, tan presente en él durante varias épocas del siglo pasado, que repasa en su artículo.
Sebastián Piñera obtuvo medio millón de votos más que en la primera vuelta, pese a que el total de votantes disminuyó en 34.161 electores respecto a diciembre. Eduardo Frei añadió 1,3 millones a sus resultados de diciembre (2.043.514), pero perdió por 222.742 preferencias.
Los votos nulos y blancos bajaron a 242.000, contra 284.369 en la primera vuelta, pero la abstención aumentó de un 11% a un 12%, es decir, 965.000 inscritos no fueron a votar. En definitiva, Piñera le ganó a Frei por un 3,23 % (51,61 versus 48,38).
¿De dónde sacó Piñera los 506.524 nuevos votos que le dieron su estrecha victoria? Del 36,3% de la votación de Marco Enríquez-Ominami (ME-O), de 1,4 millones de sufragios. Ambos candidatos también captaron algunos de los 42.000 votos nulos/blancos de la primera vuelta que en el balotaje se convirtieron en sufragios válidos.
¿De dónde obtuvo Frei sus 1,3 millones de nuevos votos? Arrate le aportó sus 430.824 sufragios disciplinados de la primera vuelta y el resto, 855.970 preferencias, necesariamente provino del 61,3% de la votación de ME-O.
Cada vez votan menos ciudadanos. La votación válida descendió el domingo en 106.445 sufragios respecto al del «sí» y el «no» de 1988. Hace 21 años votaron 7.251.930 y ahora lo hicieron 7.145.485.
El padrón electoral chileno tiene 8.110.265 electores inscritos, pero la población habilitada para votar asciende a 12,18 millones. Hay un 31% que no está en el padrón y tiene menos de 40 años. Se trata de 3,8 millones de ciudadanos. Desde 1988, el padrón creció sólo el 9%.
Piñera deberá gobernar en «consenso» con la Concertación, tal como ésta lo hizo durante 20 años de consolidación del modelo neoliberal legado por la dictadura. La Concertación tiene 19 integrantes del Senado, frente a 16 de la extrema derecha y tres independientes. En diputados existe un empate entre los 120 legisladores.
Síntomas de fascismo. Piñera hizo anoche por televisión un discurso conciliatorio prometiendo un gobierno de unidad nacional y agradeció a sus partidarios, al Gobierno, la Concertación, su familia, Dios y otros factores. Pero la serenidad del presidente electo al parecer no es compartida por todos su adherentes.
A esa misma hora, una caravana de vehículos pasó frente a mi casa gritando por megáfono: «¡Allende se siente!, Piñera presidente». Sentí un olor a fascismo al paso de los automóviles. «¿Qué significa ese grito: ¿una burla?», pregunté a mis cercanos. «Odio fascista», comentó uno de mis hijos nacidos en el exilio en Venezuela. Y entonces recordé las primeras palabras conciliadoras que oí por televisión a los golpistas digitados por la gente de Piñera en septiembre de 1973: «No habrá vencedores ni vencidos». Y a los pocos días comenzaron a desaparecer y/o asesinar a más de 3.000, mientras 30.000 iban a los campos de tortura.
El votó popular castigó el estilo adquirido por la Concertación al final de un ciclo de 20 años en que llevó a la práctica el legado del dictador pero con la anuencia de EEUU (que lo puso y lo sacó): libre mercado, entrega de riquezas al capital extranjero, fortalecimiento de los grupos económicos y discretas políticas de bienestar social que adquirieron más énfasis con Michelle Bachellet.
El clientelismo y el populismo elevaron la «popularidad» de la mandataria por encima del 80%, pero nada de eso se reflejó en la votación del domingo. ¿Por qué? Sólo pasó a la historia política como la jefa de estado con mayor éxito personal.
La ultraderecha ha gobernado poco a Chile «por las buenas» en el último siglo. En 1920 emergió Arturo Alessandri, un derechista disidente y populista que estableció el contrato de trabajo, la silla para los empleados de comercio y convocó a una constituyente que en 1925 reemplazó la Constitución de 1832, que Pinochet reemplazó en 1973 por la carta fundamental todavía vigente, reformada y, por consiguiente, «legitimada».
Entre 1925 y 1932, advino un periodo de desorden político, dictadura, golpes y la poco conocida y efímera República Socialista de 1932. Fue una época de incertidumbre y «ruido de sables», matizado por las clásicas matanzas obreras.
El general Carlos Ibáñez gobernó como dictador desde 1927 hasta que fue expulsado del poder por una movilización popular en 1931, pero 21 años después ganó las elecciones de 1952, la misma contienda en que Salvador Allende fue candidato por primera vez. Después de haber sido dictador, Ibáñez hizo un gobierno populista y hoy parece estar repitiéndose el ciclo de dos décadas.
La derecha reconquistó el poder en elecciones en 1932, con el mismo Alessandri de 1920, pero transformado, como si fuera otra persona. Pero salió de la escena en 1938 con la irrupción del Frente Popular, encabezado por el partido Radical, con socialistas y comunistas, que introdujo importantes progresos en la conversión de un país agrícola a minero-industrial. El partido radical se mantuvo 14 años ganando elecciones, hasta que su último presidente, Gabriel González, traicionó a sus aliados comunistas y comenzó a perseguirlos.
La derecha no ganaba una elección desde 1958, con Jorge Alessandri (apoyado por los radicales de derecha), hijo de Arturo y capitán de empresas como Piñera. En aquella ocasión, Salvador Allende se postuló por segunda vez y perdió por escasos 30.000 votos.
En 1964, Alessandri hijo le entregó el país a la «revolución en libertad» del demócrata cristiano Eduardo Frei Montalva, padre del perdedor del domingo. En 1970, y después de cuatro intentos, Allende conquistó el gobierno con una nueva versión del Frente Popular de 1938, la Unidad Popular, cuyo gobierno fue derrocado cruentamente por quienes ahora eligieron a Piñera (y también algunos de los que perdieron).
La dictadura duró 17 años, la Concertación gobernó 20. La derecha acumula de nuevo todo el poder, esta vez «por la vía pacífica». Poder económico (el presidente electo tiene su propio grupo de grandes empresas), poder mediático (dos aliados son dueños de los diarios y la mitad del país que lo adversa no tiene cómo ni dónde expresarse), poder ejecutivo, simpatía militar, eclesiástica y judicial (más los llamados «poderes fácticos»). Pero no controla el legislativo y, por eso, el hábil Piñera anuncia «unidad nacional» mientras sus partidarios emiten gritos de venganza.
Chile fue gobernado por los dueños de la tierra hasta 1920. Entre 1958 y 1964 gobernaron los gerentes, los ejecutivos de empresa que ahora llaman CEOs, con el eslogan de «apretarse el cinturón» (que significa pasar hambre). Ahora comienza el ciclo de los grandes grupos económicos, y con un doble discurso tan populista como el de Bachelet, sin ninguna alusión a apretarse el cinturón. Al contrario. Piñera promete más educación (no ha dicho «pública», probablemente se la pagará el Estado a las universidades privadas), mejor salud (habló de un bono para que el pueblo se atienda en clínicas privadas como Las Condes, que es suya, el Estado paga) y asegura un millón de empleos. ¿Cómo lo hará? Habrá que verlo. Además, el domingo por la noche reiteró el eje de su discurso: acabará con la delincuencia y el narcotráfico y exhibirá...mayor preocupación por los discapacitados.
La Concertación se acaba y Chile entra en una nueva era en el concierto de naciones latinoamericanas con gobiernos reaccionarios. Y el lunes subieron en 12% las acciones de LAN, la línea aérea de Piñera que enlaza gran parte del continente.
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