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Análisis | Elecciones a senador por Massachusetts

Duro revés para Obama en plena reforma sanitaria

Obama no podía haber tenido un peor primer cumpleaños en la Casa Blanca. La pérdida de la mayoría cualificada demócrata en el Senado tras el triunfo republicano en Massachusetts supone un duro revés y puede hipotecar sus promesas de reforma, y concretamente su plan de ampliación de la cobertura sanitaria.

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Dabid LAZKANOITURBURU

Barack Obama no estaba ayer para cumpleaños. La pérdida de la mayoría cualificada demócrata en el Senado tras el triunfo parcial republicano en Massachussetts supone un duro revés al comienzo de un año que culminará con las elecciones de medio mandato y pueden suponer una hipoteca final para las promesas de reforma, todavía pendientes, que cimentaron el triunfo del primer presidente negro en la historia de EEUU.

Por primera vez desde hace tres decenios, y en el estado tradicionalmente demócrata de Massachusetts (nordeste), un candidato republicano, Scott Brown, logró el martes un asiento en el Senado, haciendo perder a los demócratas la super-mayoría de 60 votos que detentaban en la Cámara gracias al apoyo de dos independientes. Brown logró la victoria con el 51,8% de los votos frente a su rival demócrata, Martha Coakley, que se quedó en un 47.,2% de sufragios.

La derrota de Coakley, debida en parte a una campaña absolutamente plana y quizás excesivamente confiada -aventajaba en 40 puntos a Brown al inicio de la campaña electoral-, tiene sin embargo una clara lectura en clave nacional.

Massachusetts cuenta con 4,1 millones de electores inscritos y los demócratas son mucho más numerosos que los republicanos. Todo apunta a que Brown habría contado con el voto de los electores independientes, que habrían marcado la diferencia en la elección del martes, según los expertos.

La derrota demócrata tiene una fuerte carga simbólica, no en vano el republicano ocupará el escaño vacío tras la muerte en agosto de Edward «Ted» Kennedy, hermano del finado presidente John F. Kennedy. La histórica saga de políticos demócratas había ocupado desde 1953 hasta ahora y casi sin interrupción el escaño.

La paradoja es, en este punto, devastadora. Ted Kennedy, senador de Massachusetts durante casi medio siglo -tras la llegada a la Casa Blanca de su hermano, que moriría en atentado-, se batió durante toda su vida por la reforma del sistema sanitario, el proyecto que la victoria parcial republicana pone ahora en peligro tras la pérdida de la mayoría cualificada en el Senado.

El propio Brown ya advirtió de que, en caso de conseguir el escaño, se convertirá en el senador número 41 en contra de esta polémica ley, rechazada en las encuestas por el 55% de los estadounidenses.

Los republicanos logran así la minoría de bloqueo para impedir su aprobación. Y eso cuando el proyecto está pendiente de una unificación de los textos aprobados in extremis y tras los oportunos cepillados tanto por la Cámara de Representantes como por el Senado.

La mayoría demócrata tiene dos alternativas para hacer frente al bloqueo republicano. Podría, en teoría, forzar al límite la ley electoral de Massachusetts, que estipula un plazo mínimo de 10 días para validar los comicios, para forzar la máquina e intentar que ambas cámaras consensúen un solo texto y lo voten en los próximos días. No obstante, esta solución es considerada extrema y pondría la legitimidad de la ley bajo los cascos de los caballos de la minoría republicana.

La segunda opción consiste en optar por el texto que fue aprobado por el Senado y llevarlo a la Cámara de Representantes tal cual. El problema es que la versión de la Cámara Alta es aún más descafeinada que la que aprobaron los «diputados» y, entre otras cosas, no contiene la llamada «opción pública» sanitaria. En caso de que la Administración Obama optara por esta solución, quedaría aún más en evidencia la imposibilidad del inquilino de la Casa Blanca de satisfacer las expectativas generadas por su histórico triunfo electoral en las capas más progresistas y personificadas en el voto de sectores de la juventud y las minorías.

La presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, trató de poner al mal tiempo buena cara prometiendo que «tendremos un sistema de salud aceptable y de calidad para todos los americanos, y será pronto».

La politóloga Barbara Kellerman, de la Universidad de Harvard, no duda en tildar esta reacción como una muestra de ceguera. «Es evidente que el resultado de Massachusetts es una mala noticia para el Gobierno y una mala noticia para la reforma sanitaria».

Pero la cuestión va más allá y es que el nuevo reparto en el Senado -en espera de los comicios de noviembre, en los que se renueva buena parte de ambas cámaras- puede hipotecar el espíritu reformista de la recién iniciada era Obama. No en vano la agenda legislativa que prepara el Gobierno en el Senado incluye proyectos tan espinosos como el calentamiento climático e iniciativas legislativas en torno al sistema financiero, empleo e inmigración.

El propio Obama se encargó el pasado domingo -en una visita relámpago a la capital del estado, Boston- de apelar al electorado demócrata local recordándole que sus grandes iniciativas peligraban en los comicios del pasado martes. Toda una prueba de la importancia de la cita electoral, y que contó en los últimos días con otros desembarcos de peso, como el del ex presidente Bill Clinton y el del senador y ex candidato John Kerry.

El mismo Obama que, con la candidata perdedora a su vera en pleno mitin, mandaba un mensaje urgente a los trece millones de votantes demócratas de Organizing for America -la asociación que surgió de la movilización que le dio la victoria el 4 de noviembre de 2008-, trataba ayer de minimizar el alcance de la derrota.

Su portavoz, Robert Gibbs, se apresuró horas antes del cierre de los colegios electorales a negar que la anunciada derrota demócrata constituya un rechazo a su estrategia. Gibbs señaló que el presidente es consciente de que los estadounidenses están «decepcionados y enfadados» y recordó que el propio Obama debe su triunfo precisamente a esa ola de descontento.

Al margen de cabriolas dialécticas, lo que sí parece cierto es que Obama afronta un creciente descontento del electorado, que tiene fijada su mirada especialmente en el impasse de una economía que no acaba de arrancar, por lo menos en lo que respecta al empleo. 15 millones de estadounidenses engrosan las listas oficiales del paro, el 10% de la población activa.

Los republicanos, por boca del presidente del Comité Nacional, Michael Steel, tienen razón al calificar de histórico el resultado y al destacar que «los demócratas han recibido un aviso serio de forma oficial».

Pero no hacía falta este aviso para constatar la mala salud de la mayoría demócrata. Los debates parlamentarios en torno a la reforma sanitaria han evidenciado la escasa sintonía interna de un partido que corre el serio riesgo de morir de éxito. Y es que buena parte del cepillado del proyecto -o proyectos- legislativo ha sido protagonizado por representantes del partido que eligió como candidato presidencial a Obama.

En manos de este último está también -con el permiso, como siempre, de la economía- convertir esta derrota parcial en un acicate para retomar el control de la situación y revertir la actual tendencia, consolidada en las encuestas -tan sólo cuenta con un 48% de aceptación-.

La tarea es hercúlea, como lo son los desafíos que afrontan los EEUU de estos albores del siglo XXI -más con el desastroso legado de Bush hijo-. Pero eso va con el cargo.

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