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El robo de niños, una cara más de la tragedia

UNICEF denunció ayer la desaparición de al menos una quincena de niños de hospitales haitianos, y no dudó en dirigir sus sospechas hacia las redes internacionales de tráfico de menores. No es un fenómeno nuevo en Haití. Un país debilitado por la pobreza extrema y con unas estructuras institucionales frágiles es siempre fértil y sencillo terreno de caza para los desalmados que comercian con criaturas indefensas convertidas en mercancía muy cotizada en los países del Norte. Si a este panorama unimos los asoladores efectos del terremoto, no es descabellado pensar que la cifra facilitada por UNICEF será sólo una aproximación a la realidad de la tragedia.

Es una evidencia reconocida por los organismos internacionales que la trata de niños está directamente relacionada con el mercado ilegal de la adopción, un negocio que en estos casos germina y florece al calor de un mal entendido impulso de solidaridad que provoca males mayores de los que pretende paliar. La adopción internacional de niños es, en cualquier caso, una materia delicada en la que todas las garantías son pocas. Si, además, median coyunturas excepcionales como conflictos bélicos o desastres naturales, el sentido común, hecho o no legalidad, aconseja paralizar de forma temporal todo proceso de adopción.

Algo tan elemental no ha sido óbice para que varios países occidentales (Estado francés, Holanda, Estados Unidos...) se hayan apresurado a trasladar a sus territorios a centenares de niños y niñas a los que se supone solos en el mundo tras la dramática muerte de sus padres. Pero son sólo eso, suposiciones realizadas de forma apresurada e interesada, porque no ha habido tiempo suficiente para constatar que sus familias (que en Haití son amplias) no desean acoger en su seno a esos niños. Poco les ha importado. Había prisa por meter a esos pequeños en aviones. La misma prisa que se ha dado Estados Unidos en avisar a los haitianos de que ni se les pase por la cabeza presentarse en suelo norteamericano, porque serán expulsados de inmediato. Quieren a los niños, desprecian a los pordioseros.

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