A la veraniega caza de brujas contra los rostros de los presos políticos vascos se le suma la censura capitaneada por la Ertzaintza en Gasteiz ante los nombres de los represaliados, pocos días después de amenazar puerta a puerta a los vecinos de la plaza de la Constitución donostiarra. El convenio entre Eudel e Interior de Lakua que pone límites a la colocación de carteles, las ridículas normas que excusándose en el civismo son impuestas pueblo a pueblo o las       fórmulas para arrinconar txosnas, exponentes de un modelo festivo basado en la participación, son la manifestación más clara de la pulcritud a la que nos quieren someter desde distintos estamentos. Mientras policías, políticos o jueces inventan cómo rizar el rizo saltándose a la torera los límites de la libertad de expresión, colocar un cartel se ha convertido en una acción arriesgada para la que hay que dotarse de un buen estado físico si se quiere esquivar desde agentes municipales hasta guardias civiles que patrullan la ciudad.

La ciudadanía no parece sorprenderse ya con nada. Ahora son los rostros de los presos los que están en la diana, pero si no se frena esta apisonadora de libertades pueden ser los mensajes sindicales o cualquier actividad política la que se quiera silenciar en un futuro. Sólo cabe recordar el mensaje que nos hizo llegar Martin Niemöller con su poema «Cuando los nazis vinieron a por los comunistas», que da cuenta de las consecuencias de no ofrecer resistencia a las tiranías en los primeros intentos de establecerse.

Pero éste no es nuestro caso. Seguimos siendo muchas y muchos los que nos rebelamos, no todos los que desearíamos, pero sí los suficientes como para frenar este atropello. Ahora, además tenemos donde cobijarnos y es que ahí está el recién estrenado Adierazi EH. Una herramienta colectiva que busca revertir la situación, restituir el respeto y restablecer la democracia en nuestro país. Un horizonte complicado, pero a la vez deseado.