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Crónica | Las dos Ucranias

El oeste del país suspira por Europa y desconfía de Rusia

En verine, pequeña y tranquila localidad del oeste de Ucrania, los electores ya votaron en su día: eligieron Europa (Occidental), a donde muchos de ellos partieron y siguen partiendo para buscar trabajo. No quieren ni oir hablar de Rusia.

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Valérie LEROUX France Presse

En toda la región de Lviv, bastión del nacionalismo ucraniano en la que está situada Verine, hay un flujo constante hacia Occidente, preferentemente a Italia, Estado español o a la República Checa, tierras elegidas por estos inmigrantes europeos del siglo XXI.

Las mujeres, muy demandadas para los trabajos domésticos, parten las primeras, dejando tras ellas verdaderos «pueblos de hombres».

En Verine (1.640 habitantes), Ivan Chtepliuk crió a sus dos pequeños hijos y cuidó de la casa mientras su compañera trabajaba en Roma como empleada de hogar. «Durante siete años hemos vivido separados. Ella venía cada seis meses», cuenta este electricista de 42 años.

Ivan encontró a su vez trabajo en Roma y se reunió con su mujer. Pero tuvieron que pagar a quien cuidara de sus hijos, a 1.300 kilómetros de distancia.

Finalmente volvió a a casa y trata de retomar su vida en Verine, donde ha abierto recientemente un pequeño café, Rodinne (La Familia). «Podría haberme quedado en Italia. Pero somos ucranianos y debemos vivir en Ucrania», sentencia categórico.

Su compañera prepara también su regreso. Ha comenzado a estudiar farmacia por correspondencia y vuelve regularmente a Lviv para hacer los preceptivos los exámenes.

Pero la vida es dura y los salarios pequeños. «En Europa Occidental puedes ganar 1.000 euros», cinco o seis veces más, resume Ivan.

Se han ido todos

En este glacial día de invierno, Mijailo Donchevski, 71 años, desafía al peligroso pavimento de nieve helada. Como tantos otros, ha visto a su hijo «partir hacia el Oeste». «Trabaja de peón de carreteras en la República Checa. Su mujer es vendedora en una tienda», narra este anciano de mirada melancólica. «Estoy solo aquí». Mijailo sólo tiene ojos para Europa Occidental, como buena parte de los habitantes del oeste ucraniano, que dependió durante siglos de Polonia o del Imperio Austro-húngaro antes de su anexión por la URSS en 1945. «Nosotros somos europeos. Aquí no nos gustan los rusos. Nada de votar por Yanukovich. Ése nos va a entregar a Rusia y a convertir el ruso en la segunda lengua del país», añade.

En la primera vuelta, el pasado 17 de enero, la mitad del pueblo votó por el presidente saliente, Viktor Yushenko. La otra mitad lo hizo por Julia Timo-shenko, ambos héroes de la Revolución Naranja y hoy enemigos jurados.

Yanukovich, en cambio, no tiene seguidores. «No es de los nuestros», resume el alcalde de Verine, Roman Tsar.

Pese a ello, y de cara a la segunda vuelta, no hay unanimidad en torno a Timoshenko. «Cuando fue nombrada primera ministra (en diciembre de 2007), el dólar estaba a cuatro jrivnias. Ahora está a ocho», se queja el máximo edil, en referencia a la grave crisis económica que asola al país.

Muchos creen que Timoshenko ha firmado «acuerdos secretos» con Rusia sobre el gas, pero no ven alternativa. «Nos puede traicionar, pero yo votaré por ella ya que es más proeuropea», resume Ivan.

 

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