Reza el dicho popular que a cada cerdo le llega su San Martín. Y bien pudiera pensarse que el juez Baltasar Garzón está ya a punto para convertirse en chorizos y salchichones. Así habrá que pensarlo si a lo que ayer contaba la prensa hispana hay que hacer caso.

El editorialista de «El Mundo» lo tenía claro y ya veía al que fuera galáctico de la magistratura colgando de un gancho en el escaparate de una charcutería.

Así nos contaba que el auto en el que el magistrado del Tribunal Supremo Luciano Varela rechaza el recurso de Garzón pidiendo el sobreseimiento de la querella contra él por prevaricación «es muy clarificador». Ya empieza a afilar el cuchillo.

Según el de Pedro J., el juez del Tribunal Supremo concluye en un escrito de 55 folios, «con argumentos contundentes y después de seis meses de investigación, que `es un hecho probable' que Garzón actuó con `la finalidad de eludir la decisión del legislador sobre el régimen de localización y exhumación de víctimas de los horrendos crímenes del franquismo [...] sabiendo que éstos habían sido objeto de amnistía por las Cortes democráticas'». La cosa parece pero que muy clara.

Dicen que la venganza se sirve fría y Pedro J. Ramírez debe haberse pasado los últimos tiempos soplando con todas sus fuerzas para que se enfriara cuanto antes. Insiste el editorialista: «El instructor analiza con detalle las resoluciones dictadas por Garzón y concluye que son objetivamente contrarias al Derecho. A juicio de Varela, Garzón manipuló el procedimiento penal con el fin de hacer `inefectiva la voluntad que la sociedad democrática y los poderes establecidos habían expresado en la Ley de Amnistía'. Contra el auto cabe recurso, pero la consistencia, solidez y precisión jurídica que muestra el instructor permiten concluir que hoy Garzón está más cerca de sentarse en el banquillo».

Y los que antes le bailaban el agua y le sacaban a hombros, como a un torero, por la puerta grande, acuden raudos y alegres a la txarriboda que ya se está preparando. Garzón como un salchichón. No me digan que no tiene su gracia.