XX aniversario de la excarcelación del líder del CNA
El día en que Mandela dejó atrás la prisión
Sudáfrica, domingo 11 de febrero de 1990, 16.20 horas. El dirigente del Congreso Nacional Africano y emblema internacional de la lucha contra la segregación racial, Nelson Mandela, de 72 años, abandona caminando de manera serena y saludando con el puño en alto la prisión Victor Verster de Paarl. Atrás quedan 27 años y medio de presidio; delante, la lucha final contra el apartheid.
Fermin MUNARRIZ
Era el típico día luminoso y de calor sofocante del verano austral. Cientos de periodistas de todo el mundo y seguidores del Congreso Nacional Africano (CNA) se agolpaban desde primeras horas de la mañana ante la entrada de la cárcel Victor Verster, en Paarl, a unos cincuenta kilómetros de Ciudad del Cabo. El presidente del país, Frederik De Klerk, había anunciado el día anterior que la liberación tendría lugar ese domingo. Desde entonces, las ciudades y suburbios de población negra habían estallado en expresiones de júbilo a la espera de la excarcelación inmediata de Madiba, nombre del clan nativo por el que se conocía con respeto a Mandela. Cantos, danzas, consignas y banderas con los colores verde, negro y amarillo del CNA tomaron las calles.
Las últimas semanas se había especulado sobre la liberación de Mandela, pero nunca llegaba. El 2 de febrero de aquel 1990 fue un día histórico para Sudáfrica. El presidente del país, Frederik De Klerk, anunciaba ante el Parlamento la legalización de las organizaciones que luchaban contra el apartheid y, en particular, del Congreso Nacional Africano, el Partido Comunista de Sudáfrica y el Congreso Panafricano. Entre abucheos de los sectores más derechistas y para que no hubiera dudas, De Klerk repitió de nuevo las medidas y anunció además que Nelson Mandela, «enemigo público número uno» condenado a cadena perpetua, sería liberado «sin condiciones», aunque no precisó la fecha. Un diputado le llegó a espetar si había fumado marihuana. Para otros, en cambio, Sudáfrica entraba en «un camino irreversible hacia un nuevo futuro». Se trataba de un camino iniciado muchos años atrás.
El régimen de apartheid instaurado en 1948 había institucionalizado la segregación racial en el país con leyes racistas y una represión brutal contra todo movimiento que cuestionara la primacía blanca. Ante la esterilidad de la resistencia pacífica como único método de lucha, el CNA creó en 1961 el grupo Umkhonto we sizwe (La lanza de la nación), el brazo armado con que haría frente al régimen de Pretoria. El abogado Nelson Mandela, en calidad de comandante en jefe, dirigió desde la clandestinidad el diseño de la estrategia armada, el reclutamiento y la formación militar en Etiopía y Argelia. Al volver de uno de esos viajes, en abril de 1962, fue detenido. Un año más tarde, tras ser procesado junto a otros dirigentes del CNA, fue condenado a cadena perpetua por «terrorismo» y «traición». Junto a los otros líderes fue encarcelado en la prisión de Robben Island, frente a Ciudad del Cabo.
Entrentanto, el país se iba sumiendo en el caos. La resistencia de la población negra ante el apartheid se extendía imparable, la lucha armada se intensificaba y el Gobierno contestaba con nuevas medidas restrictivas, ilegalizaciones y más represión salvaje, provocando miles de muertes. En el ámbito internacional, el régimen racista iba perdiendo el amparo que le habían dado algunos gobiernos occidentales bajo el pretexto de la lucha contra el comunismo de la Guerra Fría y se iba quedando cada vez más aislado.
En la década de los ochenta muchos países restringieron sus relaciones comerciales, bloquearon las operaciones bancarias y hasta vetaron la participación de Sudáfrica en eventos internacionales. La economía se desmoronaba y la devaluación de la moneda obligó al Gobierno a declarar el estado de emergencia. Para entonces ya eran muchas las voces entre la población blanca que pedían negociar con las organizaciones negras para evitar el cataclismo económico o, incluso, una guerra civil. La propia asociación de Cámaras de Comercio, entre otras entidades, llegó a instar al Gobierno a establecer negociaciones con los líderes negros, aunque «algunos se hallen encarcelados». La alusión era evidente; el prestigio personal y liderazgo de Mandela le hacían la persona idónea para establecer puentes entre el Gobierno y el CNA.
Acercamiento del Gobierno
En abril de 1984, Mandela fue trasladado a la prisión de Pollsmoor, donde las condiciones penitenciarias fueron suavizadas. El Gobierno del entonces presidente Piether Botha ensayó un acercamiento a través de contactos indirectos con Mandela en la prisión. Le ofreció la redención de la condena a cambio de renunciar a la lucha armada y aceptar la independencia de los bantustanes (territorios autónomos de población negra). Mandela se negó en rotundo y lo advirtió en una carta que leyó públicamente su hija Zindzi.
Pretoria presentó a Mandela como contrario a aceptar el proceso de paz que se le ofrecía, pero la maniobra no coló y el Gobierno tuvo que recurrir nuevamente a los sondeos en secreto para intentar evitar que la olla a presión que era el país estallara. El propio ministro de Justicia, Kobie Coetsee, a la cabeza de un grupo interlocutor que incluía al director del Servicio Nacional de Inteligencia, Niel Bernard, emprendió los contactos personales con Mandela en la cárcel y organizó salidas en coches blindados y con cristales ahumados para que el dirigente anti-apartheid tuviera, al menos, un contacto visual con algunos de los cambios que iba experimentando el país.
El líder del CNA, pese a estar aislado de sus compañeros de organización, mantuvo abiertos los canales de comunicación con el Gobierno pero sin adquirir compromisos e intentando conducir el escenario hacia las condiciones básicas que permitirían la negociación -entonces palabra tabú para el régimen de Pretoria- para acordar la transición hacia un sistema democrático.
A finales de 1988, Mandela enfermó de tuberculosis y el Gobierno, ante el miedo a que muriera en sus manos el emblema internacional de la lucha por la democracia en Sudáfrica, lo trasladó a la cárcel de Victor Verster, pero lo alojó en la casa destinada al director de la prisión con todo tipo de comodidades. El propió Botha lo recibió en persona a mitad de año, justo antes de que Frederik De Klerk le sustituyera al frente del Ejecutivo y comenzara unas tímidas reformas.
Finalmente llegó febrero de 1990. El día 9, el propio De Klerk comunicó en persona a Mandela que sería excarcelado al día siguiente. El Gobierno esperaba que su libertad fuese menos peligrosa para el régimen que su cautiverio. Algunos pensaban además que Mandela ya no recuperaría la capacidad de liderazgo y que sería relegado del CNA por las corrientes más radicales. Se equivocaban. Mandela salía de la cárcel sin renunciar a los principios y estrategias del CNA y conseguía conducir a éste hacia un mensaje de empatía y reconciliación nacional. El enemigo no eran los blancos sino el apartheid.
Paradojas de la historia, tras 27 años y medio de encarcelamiento, en su encuentro Mandela pidió a De Klerk que retrasara la excarcelación una semana para que el CNA tuviera tiempo de prepararse. De Klerk se negó; según los analistas, el Gobierno temía que un aplazamiento provocara una explosión popular como la vivida en Irán al retorno del ayatolá Jomeini en 1979.
Domingo 11 de febrero de 1990. En medio de un férreo despliegue de seguridad para disuadir las amenazas de los grupos ultraderechistas, y con una hora y veinte minutos de retraso sobre la hora prevista, Nelson Mandela abandonaba la cárcel Victor Verster de la mano de su esposa Winnie, caminando serenamente y saludando puño en alto. Atrás quedaban 27 años y medio de presidio; delante, el desmantelamiento definitivo del apartheid y las primeras elecciones libres de la historia del país, en 1994, bajo la premisa del CNA, «una persona, un voto». Mandela era elegido presidente de la nueva Sudáfrica.
Al atardecer de aquel ajetreado 11 de febrero de 1990, la comitiva de Nelson Mandela consiguió llegar al estrado preparado ante el Ayuntamiento de Ciudad del Cabo para dirigirse por primera vez en público a sus compatriotas. En un discurso interrumpido continuamente por los aplausos, vítores y danzas de una multitud enfervorecida, Mandela mostró su lado más combativo asegurando que las razones que llevaron al CNA a emprender la lucha armada contra el régimen del apartheid perduraban todavía. «Madiba», que se presentó «no como profeta sino como humilde servidor del pueblo», no había renunciado, pero expresaba su esperanza de alcanzar una negociación para establecer las bases de un sistema democrático que pusiera fin a toda violencia. Esa atmósfera de confianza sólo podría alcanzarse levantando el estado de emergencia y liberando a todos los presos políticos sin excepción. El recién liberado mostró también gestos conciliadores, llamó a la población blanca a implicarse en la construcción de la nueva Sudáfrica y reconoció los esfuerzos del presidente De Klerk, a quien definió como «un hombre íntegro», pero pidió no bajar la presión ni relajar el aislamiento y las sanciones internacionales. Éstos son algunos pasajes de su histórico discurso:
(...) «La mayoría de los sudafricanos, tanto negros como blancos, reconocen que el apartheid no tiene futuro. Debemos acabar con él mediante nuestra propia acción conjunta y decisiva a fin de construir la paz y la seguridad en todo el país».
(...) «Nuestro recurso a la lucha armada en 1960, con la formación del ala militar del CNA, «Umkhonto we sizwe», era una acción puramente defensiva contra la violencia del apartheid. Las razones que condujeron a la lucha armada perduran todavía. No tenemos más elección que proseguirla. Expresamos la esperanza de un clima favorable para que la lucha armada deje de ser una necesidad en lo sucesivo».
(...) «El pueblo debe ser consultado para decidir quién negociará y cuáles serán los contenidos de dichas negociaciones. No debe celebrarse ninguna negociación sin la previa consulta a nuestros conciudadanos. El futuro de nuestro país sólo puede fijarlo un cuerpo elegido democráticamente sobre una base no racial».
(...) «Sólo una acción de masas disciplinada puede garantizar nuestra victoria. Exhortamos a nuestros compatriotas blancos a unirse a nosotros para forjar una nueva Sudáfrica. El movimiento por la libertad política es una meta también para vosotros. Hacemos un llamamiento a la comunidad internacional para continuar la campaña para aislar al régimen del apartheid. Levantar las sanciones ahora sería correr el riesgo de abortar el proceso hacia la erradicación total del apartheid. Nuestra marcha hacia la libertad es irreversible».