Félix Placer Ugarte profesor en la Facultad de Teología de Gasteiz
Oración política
La «plegaria» recitada recientemente por José Luis Rodríguez Zapatero en el Desayuno Nacional de Oración fue aplaudida por muchos al entender que la referencia bíblica hecha por el presidente español -citando el Deuteronomio- resultó muy apropiada para ese contexto. El teólogo Félix Placer disiente y ofrece gran variedad de ejemplos, tanto de textos bíblicos como de realidades sociopolíticas, que contradicen esa percepción. No sirve de nada hablar de liberación si la práctica política, tanto la del propio Zapatero como la de Obama, contradice luego ese espíritu.
En el ya tradicional y típicamente americano Desayuno Nacional de Oración, celebrado la pasada semana en el lujoso Washington Hilton, el presidente del Estado español, José Luis Rodríguez Zapatero, fue el invitado especial para formular la «plegaria» -como él la llamó- que, junto a otros discursos, estaba destinada a enmarcar el sentido de este evento anual. Promovido por la organización cristiana conservadora denominada The Family, se ha institucionalizado en la vida social americana como un acto en el que Dios y la política de EEUU se amalgaman en medio de sus graves e injustas contradicciones.
Las mismas personas invitadas cada año a esta celebración, como figuras destacadas en la política mundial, reflejan esa facilidad americana para entremezclar sin rubor a personajes de significación tan distante y opuesta como Teresa de Calcuta o Tony Blair. Y, en esta ocasión, José Luis Rodríguez Zapatero -aludiendo a España como «una de las naciones más antiguas del orbe (...) forjada en la diversidad (...) la más multicultural de las tierras de Europa» (sic)- leía un texto fundamental de la Biblia hebrea: «No explotarás al jornalero humilde y pobre, ya sea uno de tus compatriotas o un extranjero que vive en las ciudades de tu país. Págale su jornal ese mismo día, antes de que se ponga el sol, porque está necesitado, y de ese jornal depende su vida» (Dt 24,14-15).
Para la mayoría de los millones de personas que en el Estado español viven hoy rozando o bajo el umbral de la pobreza, para los inmigrantes sin papeles, para los despedidos como consecuencia de EREs, para los más de cuatro millones de parados, para los perceptores de salarios mínimos y ridículos (en comparación con los de los cargos institucionales altamente remunerados), para los pensionistas de menos de 600 euros, para las familias y personas que ven recortadas sus ayudas sociales... tal discurso habrá sonado a sarcasmo teniendo en cuenta quién lo pronunció y en qué circunstancias.
El texto del Deuteronomio leído por Zapatero, además de denunciar la explotación, defiende -en el siguiente párrafo no citado por el mandatario español- el derecho del extranjero y apela a la solidaridad del pueblo de Israel, recordándole el tiempo en que ellos mismos fueron esclavos y consiguieron ser un pueblo libre. Es importante resaltar que este libro de la Toráh, que sancionó aquellos derechos humanos y pormenorizó las leyes y ritos del pueblo hebreo, es un texto que tiene su origen e inspiración en la histórica opresión sufrida a manos de los faraones egipcios de la que se liberaron conducidos por Moisés. Gracias a aquel proceso y en medio de múltiples vicisitudes, de luchas y contradicciones, infidelidades y alianzas con Yawe, narradas en la Biblia, aquel pueblo afirmó su identidad, que debía estar basada, según el mismo libro citado, en el respeto ético y teológico de las personas y de los demás pueblos, en su libertad.
Por eso en aquel protocolario y «religioso» acto político, reflejo y afirmación del poder imperialista del Estado más poderoso de la tierra, no hubiera estado de más referirse a otra frase bíblica aún más antigua -tomada del libro del Éxodo 3,7- que recuerda aquel acontecimiento liberador: «He visto la aflicción de mi pueblo en Egipto y he escuchado el clamor que le arrancan sus capataces...».
Aquel relato bíblico liberador conserva actualidad y sentido para tantos pueblos oprimidos y minorizados del mundo. Cuando se mantiene la ocupación israelita de territorios palestinos con el consentimiento americano e impunidad sistemática ante los crímenes de guerra, en especial en la Franja de Gaza. Ante el pasado histórico español, también imperialista, ante la colaboración con EEUU en la guerra contra Irak, ante su pertenencia a la OTAN y su apoyo permanente y alianzas buscadas con la política americana, ese texto no deja de tener una directa resonancia de denuncia histórica y actual.
Los mandatarios norteamericanos, con Barack Obama al frente, difícilmente podrán entender y menos aplicar esos textos liberadores que denuncian toda opresión de cualquier pueblo, en especial de los más pobres, y abogan por su dignidad y libertades económicas, políticas, ecológicas, culturales. Y en nuestro contexto, cuando pueblos como Catalunya, Galiza o Euskal Herria buscan y luchan por realizar su identidad y ejercer su libre determinación, aquellas referencias bíblicas adquieren -siempre lo han tenido- un sentido que, al margen de lecturas fundamentalistas, defienden la libertad de personas y pueblos, de sus derechos individuales y colectivos.
Pero la referencias bíblicas van todavía más lejos. Su mejor intérprete, Jesús de Nazaret, quien mantuvo y reafirmó aquellos mandatos históricos, los llevó a su culminación anunciando, en la humilde sinagoga de su pueblo, la liberación de los pobres y de los cautivos, de todos los oprimidos (Lc 4,18).
En un estado con cárceles saturadas, con agresivos proyectos de macrocárceles repetidas veces denunciados, con incumplimiento de sus propias leyes y normativas penales y añadiendo castigos a la situación de los presos -sobre todo políticos vascos-, a sus familiares y allegados, aquel texto evangélico no deja de ser una interpelación urgente contra la represión ejercida de tantas y múltiples formas, incluidos malos tratos y torturas, continua y urgentemente denunciados.
Concluyendo su parcial plegaria ética y su interesado discurso, el presidente español denunció «la utilización espuria de la fe religiosa para justificar la violencia». Indudablemente así ocurrió con el anterior presidente, Bush, en la guerra de Irak, y otros grupos fundamentalistas continúan manteniendo ideologías religiosas violentas. A lo largo de la historia se declararon múltiples guerras en nombre de la religión y para su defensa y expansión. La rebelión franquista fue bendecida como cruzada. Bulas pontificias, en tiempos lejanos pero con consecuencias actuales, legitimaron conquistas, y el mismo Estado español se forjó con expulsiones y con anexiones de reinos como el de Navarra. Incluso en el mismo texto bíblico queda reflejada la mentalidad de un pueblo que se creyó en muchas ocasiones legitimado por el mismo Dios para conquistar otras tierras. Fue un duro y costoso trabajo de los profetas hacer comprender que Dios está por encima de toda violencia y sólo garantiza la paz por vías de la justicia y del derecho. Y hasta el mismo juicio y condena de Jesús de Nazaret se llevaron a cabo porque había denunciado la corrupta religión al servicio de los intereses y de los poderes de los líderes religiosos de su tiempo.
El discurso-plegaria de Zapatero en el Desayuno Nacional de Oración no debe olvidarse. Hay que realizarlo denunciando a su mismo Gobierno y su Ley de Extranjería, reclamando los derechos de todos los presos, defendiendo la libertad política ante la Ley de Partidos, ejerciendo el derecho a ser y decidir de cada pueblo. En definitiva, «a Dios rogando y con el mazo dando» con obras de justicia en defensa de todos los derechos humanos de personas y pueblos. Entonces la oración de los creyentes tendrá un auténtico sentido político, eficaz, liberador.