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Jesus Valencia I educador social

El otro terremoto

Puede que algún feliz día las sociedades burguesas intenten recuperar entre sus ruinas la conciencia y la rebeldía sepultadas. Para tal operativo de salvamento, rojo y libertario, sugiero este lema: «Haití, te necesitamos»

El pueblo haitiano ha soportado, uno tras otro, dos cataclismos: el primero telúrico y el segundo mediático. La tierra se ensañó con Puerto Príncipe y miles de sus pobladores quedaron sepultados entre las ruinas. El mundo se estremeció y al grito de «Haití te necesita» puso en marcha un discutible operativo de salvamento. Una de las primeras y más apremiantes tareas fue la de encontrar vestigios de vida entre los escombros y rescatarlos. En el segundo cataclismo, ha sido la prensa la que se ha ensañado con tan castigado país. Reporteros sin conciencia han hocicado entre la catástrofe para encontrar la carnaza que los consumidores más desaprensivos esperan: pacientes abandonados en los arquillos de un miserable siquiátrico, niños y cerdos disputándose las basuras en un vertedero, pandillas asaltando comercios o luchando a muerte por una bolsa de comida, violadores campando a sus anchas... Tras muchos de estos reportajes despuntaba un racismo descarnado y mezquino. Toneladas de escombros informativos han sepultado el honor de un pueblo; valor preciado que, como las vidas, también habrá que rescatar.

El pueblo haitiano mantiene intactas su conciencia libertaria y su dignidad. Esclavos arrechos y corajudos, se enfrentaron a las potencias coloniales. Tras doce años de sublevación cruenta, fueron los primeros en proclamarse nación de negros soberanos. Durante el siglo XIX -igual que Cuba un siglo más tarde- Haití fue el espejo en el que se miraban los revolucionarios. A todos los indios y esclavos que consiguieran zafarse de las cadenas les ofrecía patria, tierra y libertad. Por Haití pasaron solicitando apoyo muchos de los que aspiraban a ser libertadores. Y todos encontraron en aquella Isla emancipada suficientes pertrechos, armas y gentes con las que combatir a los ejércitos metropolitanos. Hasta los piratas eran surtidos de vituallas y municiones si ponían sus bajeles y destrezas al servicio de la independencia americana. Una condición ponían los haitianos a cuantos se beneficiaban de sus apoyos: que en todas las tierras que liberasen abolieran la esclavitud. Por aquello de que el que tuvo retuvo... los haitianos hostigaron con numerosas revueltas sociales al Ejército yanqui que los invadió a comienzos del s. XX. Mal que bien, soportaron a un dictador sanguinario pero, cuando la dictadura quiso perpetuarse en el cachorro Duvalier, expulsaron a semejante engendro a la cloaca internacional de la Costa Azul. Aristide, el cura libertario, llegó a la presidencia encabezando un impetuoso movimiento popular que -mira por dónde- se llama Avalancha. Los cambios que comenzó a instaurar iban más lejos de lo que los yanquis permitían. Aristide dio con sus huesos en Sudáfrica, muchos de sus seguidores en el cementerio y el país «liberado» por la ONU; los 9.000 cascos azules que permanecen en Haití son la garantía represiva para que la Avalancha militante de los pobres refrene sus ímpetus.

Puede que algún feliz día las sociedades burguesas intenten recuperar entre sus ruinas la conciencia y la rebeldía sepultadas. Para tal operativo de salvamento, rojo y libertario, sugiero este lema: «Haití, te necesitamos».

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