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ANÁLISIS Iñaki IRIONDO

Un debate histórico

Han sido varios los documentos de trascendencia política que la izquierda abertzale ha generado en los últimos años, pero ninguno hasta ahora había tenido detrás un debate como éste, con tal participación de la militancia y tal profundidad estratégica en las decisiones adoptadas. Un hito cuya importancia histórica se observará más claramente con el paso del tiempo.

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Iñaki IRIONDO

Hoy en día la noticia más importante que abre un informativo de televisión apenas dura algo más de dos minutos, lo mismo que en la radio. En los periódicos el espacio también es limitado (y hay quien dice que además malgastado). El caso es que todo va muy deprisa y como las informaciones no son más que piezas de consumo efímero, da lo mismo ocho que ochenta y aquí pongo una declaración y allí un incendio.

El lunes fue noticia la nota de prensa de la izquierda abertzale y en un pis-pas la atención mediática se centraba ya en las declaraciones de respuesta que ayer lo inundaron todo. Como la resolución final «Zutik Euskal Herria» era muy larga, pocos intentaron siquiera profundizar en ella. El chistoso de turno se quedó en el título, preguntándose si es que hasta ahora Euskal Herria había estado sentada. Es lo que hay.

A nadie se le puede reprochar su escepticismo ante el documento de la izquierda abertzale. Motivos tienen para ello. Algunos, objetivos, ofrecidos por el propio independentismo que no siempre ha estado a la altura de sus declaraciones (el debate recién concluido ha tenido mucho de autocrítica al respecto). Y otros son totalmente condicionados por la labor de zapa de sus enemigos políticos.

Pero para no caer en la banalización de todo, conviene recordar que ésta no es una batalla de imagen, una de esas escaramuzas de intercambios de ruedas de prensa y declaraciones a las que tan aficionados son algunos partidos para ver si consiguen subir dos puntos en las encuestas o arañárselos al adversario. Estamos hablando del núcleo de un conflicto entre Euskal Herria y el Estado español por el que todas las partes han matado y han muerto, de décadas de sufrimiento propio y ajeno. Deberíamos, por tanto, estar pensando en poner entre todos lo me- jor de cada cual para conseguir pasar página, aunque vistas y escuchadas algunas cosas se intuye que no se esté haciendo todo lo posible para ello.

Se esté o no de acuerdo con lo que se dice en ella, la resolución «Zutik Euskal Herria» es muy importante, importantísima. Pero, aún así, es sólo la punta del iceberg. Es la parte visible de un debate que, sin lugar a dudas, puede calificarse como histórico (un adjetivo manido pero insustituible en este caso). Desde el nacimiento de Herri Batasuna, nunca la izquierda abertzale había afrontado un proceso interno de estas características. Nunca se había propuesto un cambio de estrategia de esta profundidad y menos aún a nadie se le había ocurrido -como ha hecho esta vez la dirección de Batasuna- que la discusión se llevara con tanta libertad y con todas las consecuencias hasta las bases.

En demasiadas ocasiones la definición táctica y estratégica de la práctica de la izquierda abertzale había quedado en manos de estructuras cerradas, y luego se procedía a informar a la militancia. No es nada extraño ni escandaloso. Ocurre igual en todos los partidos. De hecho, dadas las características propias de la izquierda abertzale, este comportamiento resulta incluso más comprensible que en otras formaciones.

Pero en esta ocasión es evidente que esos corsés se han roto y no sólo han podido hablar y opinar todos los que han querido -en las asambleas y en otros encuentros más informales- sino que lo han hecho sin tabúes.

Y el resultado es que se ha definido el objetivo que se quiere conseguir y cómo hacerlo. «La conclusión del debate -se ha levantado acta pública por escrito- se ha decantado por situar todas las formas de actuación al servicio del reto que entraña la nueva fase política: favorecer la acumulación de fuerzas que exige el nuevo ciclo».

Este debate y sus conclusiones marcan un hito en el escenario político vasco y del Estado español. Se han acabado los modelos conocidos hasta la fecha. Podrá tardarse algo más o algo menos en ponerse de manifiesto, pero es así. Nos encontramos ante un escenario nuevo. Rompan los viejos clisés. Los contestadores automáticos tienen fecha de caducidad.

Pero este debate y sus conclusiones marcan también un antes y un después en el propio seno de la izquierda abertzale. Esta nueva estrategia exige también nuevas formas organizativas y de dirección. Y así se recoge en la resolución, cuando se afirma la necesidad de poner en marcha una nueva formación que, «sea cual sea su nombre y estructura legal» debe «ser la referencia de todos los independentistas y socialistas de Euskal Herria en la práctica política, de masas, ideológica e institucional a desarrollar».

Pero habiendo sido éste un debate histórico, no se pueden dejar de lado las condiciones en las que ha tenido que hacerse. Aunque la mayoría de los analistas quieran obviarlo, Batasuna es una formación ilegalizada y por lo tanto sus tareas internas han de desarrollarse en condiciones de clandestinidad. Sin sedes ni presupuesto, no tiene más que la capacidad política, de trabajo y de sacrificio de sus mujeres y hombres. Además, conociendo la importancia de la iniciativa política de hondo calado que se preparaba y hasta las posiciones de cada cual en los movimientos previos, al Gobierno español no se le ocurrió otra cosa que tratar de sabotearla deteniendo a los dirigentes que prepararon las posiciones de base que hoy han dado estos frutos.

Pese a la brutalidad de los golpes represivos consecutivos, la decisión fue seguir adelante, cuando lo más sencillo podría haber sido dejarse llevar por el corazón. Y esto es muestra no sólo de la capacidad militante de la izquierda abertzale, sino de su determinación política.

Si antidemocrático e incomprensible ha sido hasta la fecha el mantener en prisión a la dirección de Batasuna por hacer política, a partir de ahora cada día que pasa sólo puede ser entendido, además, como un castigo personal ejecutado por el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero y el PSOE.

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