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Oihana Llorente Periodista

Del Guantámano sin ley, a la ley de Utrilla

E l mismo día en que Euskal Herria celebraba un nuevo aniversario de la trágica muerte de Joxe Arregi alzando la voz contra la tortura, Ibai Beobide era trasladado al Hospital Donostia poco después de ser arrestado por la Guardia Civil. Esta travesía desde una comisaría al hospital ha sido recorrida en lo poco que llevamos de 2010 hasta en cinco ocasiones, sin que importe demasiado el cuerpo policial que traslade al detenido.

Pero si los viajes al hospital han sido cinco, las denuncias de tortura interpuestas en los cincuenta días de año que llevamos ascienden al doble. Por desgracia ocho ciudadanos vascos corren en estos mismo instante el riesgo de sumarse a esta negra lista.

Pero, para colmo, lo ocurrido con dos jóvenes de Soraluze arrestados y que pronto serán juzgados por denunciar la práctica de la tortura. Sobre ellos recae un delito de «injurias» contra las FSE, contra la Ertzaintza en concreto, con el agravante, además, de «propaganda», por haber utilizado una megafonía para dar lectura de los malos tratos denunciados por los últimos detenidos ondarroarras. El mundo al reves, impunidad para el torturador mientras se persigue implacablemente al denunciante.

Extraña es también la disposición mostrada por el Estado español para acoger a prisioneros de Guantánamo. Serán despojados de sus característicos buzos naranjas pero, a cambio, se verán encerrados en las tripas del Estado español; en celdas, como la afamada y premiada 211, que darán cuenta del infernal sistema penitenciario español. Carceleros como Utrilla repartirán palizas por doquier, haciendo recordar los días vividos en comisaría, e incluso sus familiares serán sobados para realizar un triste vis a vis.

Pese a ver cómo se abre el portón de Guantánamo, nunca les llegará el día de abandonar la prisión española, porque la siempre anhelada cuenta atrás se detendrá en seco una vez tras otra con novedosas normativas sacadas de la manga de algún juez estrella.

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