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No se propone repetir el mismo juego ni darse por vencido, sino realizar un ejercicio distinto

Una manera gráfica de representar el escenario político vasco es situando a las diferentes fuerzas políticas en una línea recta, poniendo en un extremo de esa imaginaria línea al unionismo español y en el otro al independentismo vasco. En el medio se situarían de manera sucesiva la amalgama de fuerzas que, si bien teóricamente defienden diversos proyectos políticos que podrían ir desde un republicanismo federalista hasta una suerte de regionalismo foral, en realidad sitúan su posición social e ideológica siempre en relación a esos dos polos. Esos dos puntos son a día de hoy las verdaderas referencias políticas y culturales no ya de los partidos, sino de una gran mayoría de la ciudadanía. La identidad sí importa, e importa aún más a quienes niegan que es así. La identidad es relevante para las personas, más cuando junto a esas distintas identidades se promueven modelos políticos y sociales tan diferentes, concepciones sobre democracia, libertad y progreso tan dispares en muchos aspectos como las que defienden las fuerzas unionistas y las fuerzas abertzales en Euskal Herria.

Éste es, precisamente, uno de los problemas de esta representación: que las partes situadas a cada lado tienen una concepción radicalmente distinta de lo que esa línea en realidad es. Por un lado, los soberanistas vascos podrían entender esa imagen como metáfora del juego de la sokatira, en la que la fuerza reunida en torno a un proyecto sería sinónimo de apoyo popular al mismo. La cuerda se movería para uno u otro lado dependiendo de la capacidad de las fuerzas en liza para activar y acompasar el ritmo social, tirando con mayor fuerza a la sociedad hacia su lado. A día de hoy no se sabe, aunque se intuya, qué cabo de esa cuerda sostienen más ciudadanos y, por lo tanto, el statu quo se impone sobre los proyectos personales y colectivos, sean éstos los que sean, de la sociedad vasca.

Por el contrario, atendiendo a la mentalidad hispana, para los unionistas la cuerda sería en realidad una atadura en sus manos que establece, como si de una cadena para perros se tratase, el margen que tiene el otro, la periferia, para moverse «libremente». Si éste no atiende, siempre queda el recurso al tirón o, en última instancia, a la violencia. La tortura, la represión, el endurecimiento de las condiciones de vida en las prisiones son parte de esa terapia. La semana ha dejado testimonio de ello.

Campamento base y cima

Aun aceptando la idea de la sokatira, si se establece que en esa línea el punto medio (el lugar de la cuerda en el que se coloca el pañuelo) lo marca el límite a partir del cual los proyectos políticos son realizables, pronto nos daremos cuenta que a lo largo de las últimas décadas ese centro de gravedad se ha ido moviendo, primero a golpes y luego a golpe de decreto, hacia el extremo unionista. Es decir, si en los comienzos de la transición la única opción explícitamente proscrita era la opción independentista, con el paso de los años el ciclo autonómico se ha agotado sin que diera margen para desarrollar ninguna de las supuestas potencialidades con las que se le ofertó este marco al pueblo vasco. Quienes admitieron aceptar el juego y que el otro fuese además el árbitro son conscientes de ello, pero hasta ahora no han encontrado una fórmula en la que asumir ese fracaso histórico no les supusiera también perder el poder (ahora que ya lo han perdido quizá deberían pensar en qué hicieron mal y reflexionar, por ejemplo, sobre las consecuencias de la dirección en la que tiraron de la cuerda en Loiola).

Si se atiende a las reacciones que ha suscitado en el resto de formaciones políticas, y siguiendo con la representación gráfica planteada, parecería que el resultado del debate de la izquierda abertzale consistía sencillamente en ver cómo transitaría ese sector político desde el mencionado polo hacia posiciones más cercanas al otro extremo, acercándose al lugar que hoy mantienen otras formaciones del denominado nacionalismo institucional. Es decir, todo consistiría en acortar la línea, en quemar una punta de la cuerda hasta un lugar considerado aceptable por el Estado español.

Pero si por el contrario se atiende a lo expresado por la propia izquierda abertzale -empezando por el documento «Clarificando la fase política y la estrategia», las entrevistas a sus líderes, la Declaración de Altsasu y, por último, en «Zutik Euskal Herria»- la conclusión que se obtendrá será radicalmente distinta, se podría decir que opuesta. El movimiento de la izquierda abertzale no se da en sentido horizontal, hacia las posiciones de otros agentes, sino en vertical, con el objetivo explícito de llevar el debate a otro punto, de establecer un nuevo marco en el que el bloqueo de la situación política actual pueda ser superado. Un cambio en sentido estructural.

Resultaría así que la imagen real de este movimiento no es el de la sokatira, sino el de una cordada de escalada. La izquierda abertzale busca un nuevo punto de enganche desde el que llevar la cordada hasta la ansiada cima. Está dispuesta a tirar y buscará que nadie se desenganche, pues todos los agentes, todo aquel que represente a un solo ciudadano vasco debe tener la palabra, pero no el derecho a veto. Campamento base en la democracia y, si la mayoría quiere, cima en la independencia.

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